Frenemies


Estoy en una posición extraña, y no es por las clases de yoga que retomé o porque la vida me tenga en un enredo de situaciones amorosas, sino más bien por causa del trabajo. donde tengo que competir con garras, fuerza, toda mi astucia y mi guardarropa contra una amiga, que si bien no es de esas más íntimas que sabe todos mis secretos no tan mejor guardados, existe un sentimiento especial por ella, debido a que siempre ha estado alejada del sentido del gusto y de las dotes escriturales y de dicción que una tiene por naturalidad.

Esto pasó, porque como nunca antes, me adentré en las lides políticas, muy alejado de mis antiguos acercamientos tipo Marilyn Monroe y uno que otro Mónica Lewinsky que una efectuó en una noche loca de mucha champaña y poca comida (para mantener la figura); sino que me fui a ser más Condoleezza Rice u Olivia Pope y ser la más mala de las malas, para que tu cliente se vea como el ángel más bueno del reino de Dior y Chanel.

Nunca entendí muy bien cómo caí en este asunto. Puede haber sido por venganza -uno de mis antiguos jefes y su familia no me jugaron muy limpio y las divas somos como los dioses griegos: vengativas y maliciosas- o sólo se me da a veces eso de ser Medusa en vez de Afrodita o Atenea y juego a ser un poquito diabólica, cambiando el rosa de mis labios por un rojo Maléfica (edición limitada), para sacar a relucir mi maldad interior (más que respeto, el miedo ayuda a tener a todos el línea). 

Así que en mis planes para hacer justicia para mí, esa amiga de la que hablé antes apareció. Ella no es bella para nada, no tiene sentido de la moda, no sabe hablar muy bien, a veces sus comentarios no son sarcásticos, sino que poco acertados; y apareció justo en la vereda de frente. Esa vereda a la que planeé prenderle fuego y luego tirar sal para que nada crezca y en un momento (una milésima de segundo, que es lo que me demoró en combinar colores), pensé en recular y no participar en esta guerra política, pues no se vería bien ir a visitar a los pobres con carteras Louis Vuitton.

Luego recapacité. La bomba atómica no vio si estabas vestida de Christian Dior o Versace cuando explotó, tampoco en el juicio final cobraba sentido tu amor por el buen gusto (o el malo), así que me dije "Seré como Juana de Arco y pelaré por mis convicciones, para llega a ser como Evita, siempre al mando y a la moda, con un séquito que me cumpla los deseos". Tomé mi rubor de lucha, lo coloqué y ataqué desde mi mejor ángulo, que no es externo, sino interno: La inteligencia.

Me dio un poco de pena esta amiga y me dará más penita cuando yo deba cortar su cabeza para mostrarla como trofeo y colgarla en mi sala u oficina, pero así son las cosas. No mentí ni engañé (como suelo hacerlo al principio de una relación amorosa, para que paguen la cuenta cuando no quiero gastar), a ella le dije todo claro, excepto la parte de su sacrificio, pero creo que podría tenerlo más que claro, porque tan tonta no es.

Y, si no salgo victoriosa, tendré que ponerme mi mejor atuendo, un gran peinado y desde mi vereda ser quemada en la hoguera como a la heroína francesa,  para tener una muerte digna, llena de flores y con diversas maldiciones, con el fin de volver como las brujas de Hocus Pocus, donde obvio seré la versión joven de Sarah Jessica Parker y no la actual crítica de Carrie Bradshaw. Una siempre aunque muerte, no debe ser sencilla.




Señorita Interesante

"This is a story about a girl named Lucky"... Así me hubiese gustado comenzar este relato, pero con Roula no se puede. Ella es lo menos suertuda que hay en la vida de una Diva, Bueno, no es que tenga mala suerte como Elizazbeth Taylor en todos los matrimonios que tuvo, ni como la Miss Colombia que tuvo menos de cinco minutos la corona de Miss Universo. Su mala suerte radica en que aún tiene ese aire victoriano que la hace ser santa, además que nada la satisface en propiedad.

Para que entiendan un poco, Roula es una de las mujeres de sociedad, de las que hace las fiestas más maravillosas del mundo con gente chic y siempre temáticas; pero que renegando un poco de su herencia de clase y su futuro en alguna empresa grande, le dio por hacer carrera en cosas de caridad. Siempre está preocupada por los otros y se metió tanto en la ayuda de los más necesitados, que no vio que la necesitada de amor o una noche loca era ella y dejó pasar la fila de camiones, limusinas, trenes y hasta el jet privado que le mandaron para sacarle el vestido Chanel y los zapatos Jimmy Choo con los que trabaja (porque a pesar de trabajar para los más pobres, ella trabaja digna) y así se quedó más olvidada que Molly Ringwald (esa actriz de Preety in Pink), sin tener más que algunas apariciones en redes sociales cuando sale con amigos.

La verdad es que siempre he sentido un poco de rabia con esta amiga/no tan amiga/ mía (me ha abandonado un par de veces, pero siempre vuelve cuando necesita apoyo moral y para eso estamos las deidades, para apiadarnos de los más débiles), puesto que tiene todo para ser la domadora de hombres que la sociedad necesita. Esa mujer que tome a los especímenes, los haga doblegarse y que le paguen la cuenta del auto, de la tarjeta de crédito, del restaurante y el hotel 5 estrellas pero no. Ella, como la Reina Victoria, aún cree que los valores se tienen que respetar y que no se debe jugar, ni tener un "recurrente" para ciertos deseos femeninos.

Aún así, estoy segura, como mi afán de ser omnisciente, que Roula tiene algo muy oculto, creo que debajo de ese disfraz de modelo de perfección estoico y asexuado, tiene un pasado bien oculto, tipo Reina de Corazones, donde pedía cortar cabezas y ya me imagino cuales, lo que hace muy interesante este comportamiento.

Según averigüé por allí con un Ave del Paraíso (los pajaritos son muy simples para mí), Roula tuvo amores que matan y sentimientos que duelen. Es decir, fue la mala en una relación con un hombre mayor y le rompió el corazón. También me contaron que anduvo con un hombrecillo bien oculta, pero que no prosperó, porque él no era para mostrarlo en sociedad y la familia igual está sobe ella, para analizar su comportamiento, puesto que no quieren que esté mal casada, tras escoger una carrera para los no como una.

Lo otro que supe es que alguna vez estuvo atraída de un pintor, con el que dormía, buscando cariño, cual gata persa, pero que al final ella no pasaba a comerse esa carne ofrecida, sólo iba a pernoctar, porque por muy idealista que fuera, sabe lo que puede y no puede resultar.

Ahora, que la rondan algunos y no se da cuenta, la idea es que haga lo que a veces una realiza: Enamorarse un ratito, para pasar la pena y mantener el contacto en la agenda, por cualquier recaída. Es mejor tener varios brazos fuertes para que a uno la consuelen, que andar con consoladores de otro tipo, aunque sean llenos de diamantes, aunque Marilyn diga que estos últimos son los
mejores amigos de nosotras.

Ni tan Thelma ni tan Louise

Viajar con amigos no tan amigos ni tan íntimos como uno los quisiera debería ser algo penado por la ley y prohibido en todos los países del mundo; o por lo menos con una advertencia al viajante, que diga "bajo su propio riesgo", por lo desventuradas que pueden ser estas travesías, que más que glamour, joyas e historias ideales para los Tea Party, al final te suelen traer dolores de cabezas y hacen de tus disque BFF, las más zorras y arpías con ansias de dejarte mal, por quitarles protagonismo, debido a la estampa que una tiene por donde vaya.

Y no solo lo digo por lo que a mí, como deidad del viaje me ha acontecido, sino que varias de mis amigas han tenido que soportar lo que es ser la no problemática de estas salidas al extranjero y deben actuar casi como chaperonas, en vez de femme fatale y tener que dejar de lado ese montón de "international affairs" que estaban programadas con antelación y con la mayor cantidad de hombres guapos que los tragos, los lugares y los celos que ellos tengan, aguanten.

Lila fue la última caída en esto. Esta mujer con la que estudiamos juntas y preparamos nuestro grado académico tomó una decisión para quitarse el estrés, sin medir las consecuencias y se fue al extranjero con una de sus grandes conocidas y otrora compañera de trabajo. La verdad es que en las salidas a ninguna le iba mal. Ambas lograban llamar la atención donde fueran, la pasaban bien y eran cómplices en esas mentiras piadosas de cosas como ser like a virgin y la edad que una nunca cumple.

Por eso decidieron arrancarse unos días y Lila soñaba con estar en el paraíso de las compras, pasear por lugares llenos de otros extranjeros que alabaran su piel mate y su peinado sin edad y que se admiraran de sus conocimientos del fútbol (ella es como una mina de oro de información de cuánto calza cada jugador, los músculos que tiene, lo rico que son y, menos relevante, los equipos donde ha jugado y goles metido), por lo que se hace un espécimen raro y atractivo para cualquier adicto al balompié. Pero sus sueños quedaron deshechos cuando, en vez de pasear así como compradicta por diversos lugares, tiendas de diseño y visitar cuanto bar estuviese cerca del hotel, tuvo que conformarse con paseo casi de gira de estudiantes, donde, claro, conoció diversos museos, se empapó de la cultura, pudo ver cosas en el el terruño no existen, pero no conoció "la comida local".

En una de las llamadas que le hice para saber cómo andaba todo, puedo jurar que Lila me pasó parte de su dolor al decir "sólo me he comprado dos prendas y son deportivas. Esto es como estar encerrada", Yo me contuve, pero casi se me escapan las lágrimas. Estar en una de las capitales de la moda, donde se manufacturan los diseños, en donde las telas son las más finas existentes y no comprar como Dior manda, por estar cuidando a otra menos afortunada, ¡jamás!

Como buena samaritana que soy, le dije que no hiciera problemas, que ya todo lo malo lo pondría su travel friend y que sólo mantuviera esa sonrisa que una le da a los hombres que pagarán la cuenta al final de la noche y que fueron un fiasco en toda la velada: cálida, serena, de empatía con un dejo de "esta es la última vez".

Otra de las situaciones que la consoló es que iremos al distrito del lujo a su llegada, para quitar toda esa mala vibra, que solo una terapia de compras puede solucionar. A lo que se sumó esa salida, como en los tiempo de la universidad, donde una iba a conquistar lo que se viniera. En ese tiempo eran estudiantes con futuros prometedores, ahora iremos por los macho alfa que nos hagan regalos y mimos.

Antes de terminar, no me querría ir sin recordar a esa ídola de tantas, Christina Rosenvingue (esa de Los Subterráneos), con una de sus letras que dice "Tú por mi, yo por ti"... A la amiga viajera se la comieron los cocodrilos y mi Lila se salvó, por lo que ahora "iremos juntas al mall que haya que ir".


FemiNazi


Estoy atacada. Mucho más que cuando supe que Alexander MacQueen murió o me enterase que mi Dior despidió a  Galliano o cuando se acabó la era de las súper modelos. Mi femineidad fue atacada por, no un hombre o una mujer en despecho, sino que por una mujer que sabía poco de lo que es la moda, las cremas antiarrugas o hidratantes y carecía de maquillaje que le taparan esas imperfecciones que tenía (a diferencia de mí, que cuando ocupo estos artilugios son para resaltar más mis rasgos exóticos), que me trató de una cualquiera,  una suela, ligera de cuerpo, entre otros tantos epítetos que mi boca de diva jamás pronunciará.


La historia comenzó un día de esos en los que iba camino a uno de mis trabajos y, como siempre, los hombres comenzaron a voltear a mi paso, se quedaban obnubilados con mi presencia y las féminas me veían como a una competencia de cuidar y agarraban fuerte del brazo a sus especímenes, a la par de darme unas miradas de odio y devoción.

Mientras pasaba eso, yo ondeaba mi pelo con el aire, de un lado a otro, para prepararme a contestar el celular de última generación de tamaño pequeño que llevo en mi bolso de diseñador, cuando escuché unos gritos, parecidos a desahogos de alguna protesta de esas pobres que no se hace por las redes sociales y a las que no asisten personalidades del Jet Set, ni como las de PETA, sino que se me acercó una mujer que vestía en extremo mal, que parecía una calle ancha y recta, porque no había un atisbo de las curvas peligrosas que una tiene, y me entregó un panfleto para que defendiera los derechos de la mujer y que debía dejar de "vestirme para los hombres acosadores del mundo".

Yo la miré lo mejor que pude y fingí una sonrisa, para no intercambiar palabras con ese patito feo, ávido de convertirse en cisne del cual no podía hacerme cargo, puesto que el voluntariado ya copaba mi lista de ayuda a los más necesitados, ese horario que una tiene entre el gimnasio y las cenas con las citas de turno.

Lo malo es que esta activista se quedó de punto fijo camino al trabajo y siempre que me veía volvía con el discurso de la ropa, de los derechos, que las mujeres éramos mejores, que podíamos hacer lo mismo, que todo estaba masculinizado y todo ese discurso que repiten las pares con menos sentido de la moda, combinación de colores y que no distinguen las texturas ni la composición de las telas. Y me repetía que debía asistir a una reunión de su grupo en contra de los machos opresores, incluso me dio su correo y yo, no sé por qué, le entregué mi tarjeta (esa dorada con letras en rubí con mi nombre, que combina con mi labial MAC).

Allí me escribe esta mujer, donde me dice "creo que tienes que estar en una reunión con nosotras. Eres un caso extremo donde el poder del hombre surtió los efectos del patriarcado y eres un pedazo de carne más, con el deseo que te mantengan y puedes ser libre de ese pelo, el maquillaje, sentirte cómoda y pelear por la igualdad de condiciones, con legislación que nos deje a la par de los hombres. Tienes esos ojos de lucha y nos gustaría que te nos integraras".

Me impresionó ese discurso y accedí a ir a una de esas reuniones, ya que me canceló la manicurista y debía hacer hora para una cita.

La tertulia parecía una secta religiosa, más que una junta, con mujeres como una, pero con kilos de más, muchas rapadas o con pixie looks, vestidas con pantalones Capri, sudaderas y otros tantos implementos que hacían a mi razón decir "sal de allí o morirás". Aguanté con valentía. Debía escuchar a mis iguales en sexo y desiguales en sentido del fashion  pegadas en el grunge, que no tenían ni té ni galletitas para acompañar la conversa.

Escuche estoica cada una de las intervenciones, hasta que me pusieron como el ejemplo de la subyugada por el paternalismo y la sociedad dominada por el cromosoma Y. Así, pedí la palabra para decirles a todas las presentes que yo había estudiado en la sociedad actual, donde pude ir a la universidad y colegios privados, que mi vestimenta caía en lo que yo quería ponerme y que no se ligaba para nada a lo que ellas creían que era una acción por los hombres.

"Yo soy una feminista de tomo y lomo -dije-. Si soy así y dejo que me paguen la cuenta es algo que realizo sólo para dar a conocer mi dominio frente a ellos, que ninguno me manda y yo los mando a todos y sólo les hago creer que pueden tener cierto poder sobre mí, para sacar una ventaja". 

Claro a una le gusta ser la damisela en peligro en algunas ocasiones y que ellos nos rescaten para llenarnos de elogios, regalos y un variopinto de cosas que son de primera necesidad, como las carteras, zapatos, tiaras, joyas, entre muchas cosas que no pueden faltar en el clóset de una mujer.

Tras eso, los abucheos, palabras soeces y muchas otras oraciones que no están en mi léxico fueron las dichas por la concurrencia, que osaron a decirme que yo no era feminista, que era una tonta más agarrada del sistema y que ellas luchaban para que personas como yo pudieran andar tranquilas por la calle, sin que les dijeran algo o que las violaran despiadadamente.

Sonreí, me fui con un adiós frío y les comenté que ahora lo que se debía hacer era el trabajo conjunto. Claro. Ellas no me dirán qué cosas debo o no hacer, si ese tiempo pasó y una es libre para hacer lo que desea y, también expresé que si una volvía a reprimir mi pensamiento, mejor lo pensara, porque llamaría a la policía y las acusaría de acoso, amedrentación, publicidad engañosa y atentado contra la moda, que hasta a la Fashion Police (con la beata Joan Rivers mirando desde el cielo) se iría en su contra, por tratar de quitarme este pedacito de paraíso en la tierra que forjé con la ayuda del gym, los tacones Jimmy Choo y un genial corsé para volver más curvilíneo mi cuerpo, tan lejos de las rotondas que ellas ostentaban.

O.M.G.

Alguna vez pensé en ser monja, de esas que usan hábito y que veía siempre en el colegio particular al que iba, donde te enseñaban a ser una señorita que supiera defenderse, pero también una dama.

En ese tiempo, soñaba con tener esas aventuras como las que ostentaba Whooppi Goldberg, cantando en el coro para arreglar el convento y después tener un show en Las Vegas con todo el público aplaudiendo y elogiando la performance realizada, con coqueteos inusuales, que una rechazaría, por estar casada con Dios (al que con el tiempo cambié por Dior, para no blasfemar).

La verdad es que eso de ser una novicia rebelde se me aparecía cada cuanto por la mente, en especial tras estar perseguida por esas malvadas y envidiosas mujeres, que lo único que querían era acabar con mi belleza y que sus maridos dejaran de darme regalos, invitarme a cenar y que sé yo lo que se les ocurría a las desgreñadas, sin sentido del fashion o el amor propio para revitalizar esa cantidad de regalos que te deben de dar los hombrones, sólo por un rato de compañía casi infantil.

Hace poco tuve la última visión para ser una Sor. En un sueño sentí que me llamaban a la vida religiosa, ya que a ésta le faltaba mucho de las nuevas tendencias, que se había quedado en el pasado en lo que son las vestimentas, la depilación, los toques en el cuidado de los arreglos de la iglesia, entre un sinfín de otros menesteres que una con la sofisticación que tiene los sabe al dedillo, sumado a la crianza religiosa por parte de la familia, los amigos y el colegio pago.

Aquel momento fue mágico y, como no sueño muy seguido (y cuando lo hago, mis sueños se deben hacer realidad, cueste lo que cueste y que tenga que pagar el hombre de turno), comencé mi búsqueda por algún convento que pudiera recibir toda la deidad que yo expelo, sin aplacar al Señor en la Cruz, ni a la Santísima Trinidad o la Virgin Mary, lo que fue muy difícil.

Primero me di cuenta que casi todas las órdenes religiosas son como sectarias y una debe ser casi tan casta, como la madre de Dior y debe tener la piel tersa y no usar tacones, sino zapatos planos, chatos, sin nada de estilo o confort, lo que me hizo retroceder en ese intento de querer ser la mejor monja de las Canonesas.

Segundo: Quise entrar en el hippismo y me dije "tienes que estar en contacto con la naturaleza, algo más cercano a lo humano y lo divino". Por eso hablé con las Carmelitas descalzas, quienes dijeron que mi visión era bien particular y que si sentía el llamado, no había por qué no hacerle caso. El problema era que ellas estaban encerradas y eran más contemplativas, es decir, si quería hacer arreglos al hábito no era problema, pero nadie lo vería. Y para qué estar fashion y bonita si nadie puede apreciarte por aquello.

El tercer intento fue en las hermanitas de la caridad, donde me conocían de tanto trabajo comunitario realizado, puesto que siempre me vi con ese velo de santa de Yves Saint Laurent y, a veces hasta jugaba con mi pañuelo Hermès a tener esa imagen de beatificada, por lo que me indicaron que creían que podía estar allí, pero el voto de pobreza que ostentaban era casi como el de los franciscanos, por lo que nada de lujos eran permitidos. Ni si quiera si era una biblia o un libro santo. Todo debía mantenerse en la línea del minimalismo, lo que yo creo está un poco en retirada.

La cuarta opción de carrera clerical para mí fueron las Paulinas o Paulistas, que se encargan de todo lo que es el marketing en la iglesia. Es decir, tienen que ver con lo que son las actividades, la prensa, organización de eventos, manejo de fuentes y una lista larga de cosas que yo hago a la perfección en mi trabajo y que han sido destacadas en mi vida social y laboral. Cuando llamé, quedaron encantadas con mi voz, la superiora me dijo "está perfecta para la radio María o de las otras, así la pueden escuchar en todo el mundo con ese lindo tono para los rezos". Yo me sonrojé al teléfono y pregunté si era difícil estar en el convento, ya que si bien había sentido el llamado, de a poco debía despegarme de mis terrenos, de los lujos, de los zapatos Jimmy Choo, de las carteras de diversas marcas, los perfumes diversos y las salidas de miércoles a domingo.

"No se preocupe, acá usted podrá estar bien con nosotras, pero una consulta, cuál es su edad, ya que priorizamos a chicas jóvenes para el ingreso". Yo con eso quedé muerta. Le dije que estaba en una etapa donde la edad no importaba, que ya no estaba dentro de las encuestas como "joven", pero que me decían que tenía 21 años, por mi piel de porcelana, el brillo en los ojos y mi cuidada línea corporal, pero que no me preocupaba si no estaba dentro del rango que ellas  (zorras malditas y con poco sentido de la moda) preferían.

Al final, no seguí buscando, porque de verdad hacen un casting entre muchas para entrar en estas congregaciones y órdenes que, por lo que me di cuenta, por eso están tan faltas de personas que quieran ayudar a la iglesia, O.M.G. A pesar de ser una llamada por quien me tiene reservado el espacio en el cielo, se hace tan difícil entrar por la envidia de esas peludas y feas sin maquillaje, que no se pueden corromper a un poco de rubor, que decidí que mi labor era ir ante las más y los más necesitados de estilo, carentes de modales en una mesa o que no saben reconocer perfumes, aromas de comidas o sabores, para poder enseñarles lo que es ser una buena persona.

Claro, sin olvidar que para eso, las clases no son gratis, ya que una diva puede ser muy caritativa, pero la caridad comienza por casa y la mía es difícil de mantener.

Perdida, encontrada y enojada en Nueva York

Tengo que decir que me tomé un mes de vacaciones y, como me cancelaron el viaje a China, debido a no sé qué conflictos que hay en Asia, lo que podría repercutir en el goce que necesitaba como mujer para tomarme un relax y rejuvenecer tanto que me vería como una quinceañera, que cambié esos boletos a la cuna de lo milenario por todo lo opuesto y que también me fascina: La cultura de consumo de Nueva York.

Bueno, la decisión de trasladar mi viaje a la ciudad de Carrie Bradshaw no fue 100% mía. Una de mis amigas de la vida, que conocí cuando efectuaba uno de los tantos trabajos de voluntariado a los más necesitados -que suelo cumplir, para dar un poco de grandilocuencia y belleza a esos sitios llenos de mujeres con hijos y con un curioso sentido de la culpa- me dijo que la acompañara a esta travesía, ya que no conocía a nadie con el glamour ni el dinero suficiente para que se sumara a esta aventura de manera tan express.

Allí pensé "Nueva York, tierra de hombres famosos, moda, museos, hombres atractivos, machos en busca de encanto latino y ¡descuentos!"; por lo que acepté su oferta y me encomendé a Dior que todo saliera bien, pues mi amiga carecía del sentido del fashion con el que una nace. Aún así acepté, porque sino el mes de vacaciones se perdería en algún panorama dentro del territorio nacional y eso es para cuando una es adolescente y quiere descubrir su país o para los fines de semana largos.

Pasaron los días de nuestra conversación, hasta que nos encontramos en el aeropuerto para el viaje. Ella tenía reservas del hospedaje, sabía cómo debíamos llegar a los sitios de interés (museos, tiendas exclusivas, Central Park, Greys Papaya y los outlets de ropa, entre otros tantos lugares) y las ofertas para entrar a todo lo que era pagado, por lo que no me preocupé de esas nimiedades y me enfoqué en lo que soy mejor: resaltar en todo aspecto.

Al pisar el territorio de idioma anglo ocurrió lo más temible para mí. Y no hablo que se me rompiera una uña o que mi maleta de estampado pata de gallo plateada se perdiera, sino que me enteré que Manhattan no sería mi hogar en el tiempo que pasaría en Estados Unidos, sino que el alojamiento estaba en Brooklyn. Pasé de Carrie Bradshaw a ser Miranda Hobbes en cuestión de segundos y mi ego bajó un par de pisos al no estar en el Uper East Side, el Meatpacking District o al menos en el Soho.

Tomamos el taxi para el alojamiento y llegamos a un barrio que era como "the hood", así como un mini Bronx y jamás dimos con el lugar. La dirección que nos dieron coincidía con un sitio de apartamentos de bajo costo, en el que yo no pernoctaría ni por hacer ayuda social. En esa situación realicé una de mis maniobras y solicité ayuda a los locales, mientras que mi amiga se quedó como damisela en peligro a la espera que un príncipe viniera en caballo y la rescatara. Claro que después de eso reaccionó como una loca y se puso a caminar con la maleta por un barrio que no conocía, donde hablaban un idioma que apenas era entendible, si has visto todos los realities de MTV con las Furondas, Le Shaunas y un etcétera de nombres raros.

Estuve a punto de dejarla tirada a su suerte y tomar un taxi hacia NY, NY; que era donde yo debía estar. Me contuve, respiré y pensé que como yo era la inteligente de ese dúo, no podía dejar que esas cosas pasaran y la seguí, calmé y dije que comiéramos algo. Mientras lo hacíamos, me di cuenta que existía una biblioteca pública y eso era igual a señal de Internet para mi computador, con lo que podíamos buscar un alojamiento cercano, ya que la tacaña de mi acompañante no quería pagar un lujoso sitio.

Tras unos minutos de búsqueda, hallamos un sitio que no se veía mal ni bien y estaba cerca, al cual acudimos antes que cayera el sol y salieran esos monstruos que se ven en las películas que hablan de la capital del fashion. La casona era desordenada, los anfitriones simpáticos, guapos y carismáticos, lo que me convenció de pernoctar en el lugar mientras encontraba algo mejor. Lo que supe después es que la damisela en peligro pagó todos los días que nos quedaríamos, así que sólo me quedó traer mi estado Zen a las vacaciones.

Ya instalados, recorrimos todo lo que pudimos la gran manzana. Claro que con viajes de cerca de 40 minutos para poder estar en esa maravillosa isla, llena de cultura, Starbucks (uno cada cuadra), comprando de manera compulsiva toda la ropa que nadie más tendrá y viendo cómo se me veía tan perfecta, que hasta me dijeron que fuera rostro de alguna de esas tiendas (o de uno de los bares a los que fui, ya no lo recuerdo). Con tantas bolsas como el efectivo que llevaba me dejaba tener entre mis manos.

Esos recuerdos son tan preciados, como cuando me di de las de Menwatcher y saqué fotos de hombrones para mis amigas en los museos, la calle, el metro y en el Central Park. Aunque este último sitio igual me produce ciertas rememoranzas no muy atractivas. Además de la carne masculina, mucha de ella con poca ropa para tomar sol, se vienen a mí esas memorias de quejas de cansancio y de hambre de mi compañera. ¡Nunca entendí por qué no llevaba algo para comer, si sabía que le daría hambre a cierta hora! 

Yo, como cualquier mujer que se precie, no siente hambre hasta que ésta sea incontrolable, pues es la única forma de poder mantener la línea, como Emily en "Devil wears Prada", un cuadrito de queso antes de desfallecer es lo que una debe hacer.Y lo del cansancio. O sea, la única vez que sentí flaquear las piernas fue cuando estuve horas caminando con stilettos y lo único que esbocé fue alivio al subirme al metro y tener un asiento. 

En fin, en los días que estuve allá aproveché de salir de copas sola, para conocer a personas, pero me porté decente y de buenos sentimientos, como siempre. Solo coqueteé mucho, conseguí algunos números a los cuales no llamé y pude encontrar sitios en donde el alcohol era lo suficientemente bueno y en una cantidad razonable, como para gastar las grandes sumas que costaba y olvidar un poco los malos ratos que me hicieron pasar.

Como resumen, creo que el viaje a la gran manzana no fue tan malo, pero como en todas las series y cuentos clichés "algo hacía presagiar" que esto no andaría bien. Creo que debí hacer caso a todas las señales divinas que me enviaron. La primera fue cuando mi acompañante osó en decirme que debía saber inglés para viajar (idioma que es como una lengua nativa para mí), pues ella se preparó dos años con clases para expresarse de la mejor forma. Segundo: que me dijera que era caro y tenía que estar consciente que el gasto sería alto (como si una no saciara las necesidades básicas de zapatos, vestidos de avance de temporada, regalos varios, perfumes y cenas de al menos una vez a la semana).

La tercera señal creo que fue la peor. Cuando ella me manifestó que no sabía que debía sacar Visa para entrar a USA, cuando le pregunté como le fue con ese trámite. "¿Eso no se suprimió con el tema del nuevo pasaporte? ", me dice. Dior, Saint Laurent y hasta la beata Joan Rivers se vinieron a mi cabeza al saber eso, pero una siempre mantiene la compostura y, como buena chica criada con educación de primera calidad de colegio privado, respiré y le enseñé qué tramites debía realizar para tener la autorización de entrada, a la vez de hablar con los guardias, con mi perfecto inglés, ya que con su acento de Tarzán la quedaban viendo como un correo humano de sustancias ilícitas.

Espero que los próximos viajes con mis amigas sean más entretenidos, pero creo que las haré pasar por tests psicológicos y firmar cartas de compromiso que digan que no son escandalosas, lloronas o quejonas y otras cartas para que me dejen libre de toda culpa si las llego a asesinar, por no ajustarse a los comprmoisos firmados, obvio.


El trabajo infame

Hace 10 años firmé un contrato de confidencialidad casi extremo, que me impedía de hablar o decir muchas cosas de lo que sucedían en uno de los tantos trabajos que tuve cuando era una estudiante de Licenciatura en Comunicación Social, tanto así que me impedía ponerlo en el currículum o dar atisbos de lo que consistían mis labores, incluso a mis más cercanos. Lo bueno es que a pesar de tener que guardar silencio, como cunado una amiga te cuenta uno de esos secretos que se llevan a la tumba, el trabajo era bien remunerado, con un horario diferido y tranquilo.

A pesar de lo anterior, no me siento orgullosa de este empleo, puesto que creo que fue la primera vez que no pude ser una femme fatale, siendo que estaba en la flor para la conquista, a la vez de estar a la sombra de alguien sin poder omitir opiniones de nada, ni siquiera cuando la combinación de los últimos modelos de Gucci, Armani, MaxMara BCGB, entre tantas otras ropas de diseñador no eran bien combinadas, lo que me hacía morir por dentro.

Mi jefa era una de las mujeres más poderosas del país en ese momento-y no hablo de ninguna vinculada con la política, el mundo del fashion o de la socialitè-, sino que alguien que manejaba al dedillo muchos de los secretos más oscuros de los hombres de negocios del país y otros más internacionales, y que manejaba información tan importante como Anna Chapman, Christine Keeler o Violette Szabo, la que podría desatar una guerra de faldas, mediática y varias más en las que estaría involucrada yo, de abrir mi boca de labios de rubí.

Y no era porque mi mandamás fuera una espía como Angelina Jolie en Mr. and Mrs. Smith (aunque sí tenía ese cuerpazo), sino que ella era LA dama de compañía más cara del momento. Tanto así que donaba parte de sus horas de trabajo a obras benéficas y constantemente era entrevistada por los medios de prensa, por lo que yo debía llevar sus tres agendas muy agitadas y, a veces, suplir su rol de jefa de hogar, el que nunca combinó conmigo (igual como el pelo teñido rubio no combina con las asiáticas).

El trabajo que pedía más reservas que diseñador que muestra un avance de temporada a una revista de modas, lo obtuve por un aviso del diario que decía "Necesito persona de confianza, de preferencia con estudios superiores, para encargada de agenda, eventos y asesorías varias. Se ofrece buen sueldo y grato ambiente laboral. Labores en terreno" y con el número de celular al cual llamar.

Yo, como estudiante falta de dinero para los lujos de carteras de diseño y zapatos sobre el presupuesto universitario, llamé y era la misma empleadora que contestó. La cita fue ese mismo día, una hora más tarde, en un café del barrio alto y bien oculto, con la instrucción "vístete discreta, no queremos llamar la atención". Tomé un traje de dos piezas que utilicé para una fiesta de disfraces, me coloqué tacones, un sombrero y lentes oscuros para ir al encuentro. Mi futura jefa llegó con jeans una blusa semitransparente y un hermoso bolso en tono rosa de invierno y hablamos de cómo era y cuáles eran las labores.

Quedé sorprendida con el sueldo, luego con el horario (que a veces era de madrugada, porque el trabajo lo ameritaba) y con todas las cosas que no se debían mencionar. "Si aceptas, porque me diste confianza y esto es un trabajo basado en eso, debes firmar la confidencialidad. Serás una sombra. No te tienen que ver la cara, ni interactuar con los clientes, que a veces se quieren pasar de listos. Eres linda y pueden aprovecharse, por eso son tantas reglas", me dijo; mientras sentía como Ariel cuando se presentó donde Úrsula y la bruja le decía "no hablarás ni cantarás. Ziiippp".

No supe que responder en ese momento. Creo que mencione un "lo pienso y te llamo", pero ella me contactó en la hora siguiente, expresando que me necesitaba urgente por unas horas, ya que tenía un evento y no podía dejar a su hija sola y que ese rato me lo pagaría en efectivo.

Después de ese día, donde pude leer su agenda -desordenada a más no poder, porque no había espacios diferentes para citas, reuniones, entrevistas y "otros"- y tener que atender su celular último modelo (en ese tiempo un Blackberry), ya que nunca lo llevaba cuando tienen eventos importantes, sino que salía con otro teléfono personal, me di cuenta que yo era la solución para que ordenara su vida y ella era mi solución para la compra masiva de ropa en liquidación, accesorios y bisutería.

Así, firmé el bendito contrato, que más parecía pacto con el diablo, por todas las cláusulas que tenía, que regulaba mi forma de vestir, vocabulario, como contestar, organizar todo lo que no debía divulgar, lo que debía cotillear, mentir para subir los bonos de mi jefa, ayudar a la hija en las tareas, como entrar a la casa, como salir, no mantener contacto sexual con los clientes o potenciales clientes de mi superior (es decir, abstinencia sexual obligada y sin poder ir de cacería), no mirarlos directamente a los ojos, practicar idiomas (el trabajo era internacional), entre muchas más cosas. 

La verdad, en el marco legal ella se manejaba muy bien tras un problema de su juventud que le pesaba y la tenía sin poder viajar al extranjero a comprar cosas, por lo que en un par de ocasiones fui la enviada especial por cremas, ropas y carteras a los países vecinos. Mi felicidad y agotamiento eran parejos, no lo negaré. La relación era muy cordial, a pesar de algunos roces por querer quebrar la agenda y algunas llamadas en la madrugada, porque no encontraba sus llaves, mas no duré mucho en ese paraíso monetario.

Big boss se cansó de tanto evento lujosos y lujurioso y ya tenía tanto dinero como para jubilarse sin problemas, sumado a las propiedades que compró, las que le regalaron y los presentes que mes a mes recibía de clientes ricos, enamorados y, obviamente, casados; por lo que pensó en manejar a otras chicas, para que cumplieran el sueño que ella una vez tuvo y que le dio mucho lucro.

La jefa me dijo que yo debía ayudarla con el "casting" de muchachas, que el 80% debía ser de cruzando la cordillera, "porque son más aperradas, más deshinibidas, más que las nacionales en todo sentido y allí me asusté, porque eso sí estaba penado por la legislación y no quería efectuar trata de blancas y, especialmente, porque la agenda de una era difícil de manejar, pero la agenda de 10, sería imposible si quería continuar en el cuadro de honor de mi casa de estudios.

Allí manifesté que estaba feliz del trabajo y la oportunidad y mentí descaradamente que comenzaba el periodo de exámenes y debía estudiar mucho para no reprobar, pero que cualquier cosa me dijera, en especial si necesitaba una babysitter linda y educada. "No te preocupes, te entiendo y debes dar prioridad a tus estudios" me respondió.

Junto a lo anterior, no olvidó decir que "debes recordar el contrato que firmaste, que no debes hablar de este trabajo, ni publicar ni nada en al menos un plazo de 10 años y que la confidencialidad de los clientes y nombres de personas jamás puede quebrarse, ya que hay demandas de por medio y se pierde nuestra confianza como empresa, bueno la mía, ya que mi cuerpo es una empresa". Y acá estamos 10 años después, yo sin saber nada de ex mi jefa, pero agradecida de todo el dinero y las propinas que me dio esa regenta que me ayudaron a ser la más fashionista de mi casa de estudios del barrio alto.