Mártir del 21 de mayo


Cuando era niña siempre me imaginé ser heroína, así como la Mujer Maravilla, con esos tacos maravillosos, esas pulseras exclusivas y la figura de una diosa que dejaba a todos babosos y a merced de su látigo poderoso. Sí, yo me imaginaba así de regia, altiva, bien mandona y siempre a la moda, con facha de ejecutiva que el jefe se quiere puro servir y una mirada pura y casta.

Claro que con los años he tomado varios estereotipos, como la Ivana Trump, Gatúbela, Michelle Pfeifer y miles de otras femmes fatales extranjeras (las chilenas no socialités son todas arribistoides, medias putitas y sin la clase necesaria), por lo que me convertí en una mujer única y bien cotizada, de esas que el gentío llega a temer y de las que se abren las multitudes cuando está a punto de comprar un artículo en liquidación, porque allí si me pongo agresiva, al igual que todas las mujeres impacientes por un artículo único.

Y por esas cosas de la vida, me tocó hacer gala de mi parte heroica, de salir en defensa de la amiga Blanche, que estaba rodeándose de malas juntas arribistas, pepenadoras, carroñeras y Plazas Italia; sin clase, sin forma, sin nada de nada aparte de sus ganas irrefutables de ser más aminorando al resto. A causa de eso todas las amigas realizamos un aquelarre express, en el cual urdimos cómo sería la salida de Diega, la escoria principal que rodeaba a nuestra amiga.
Así, el plan me puso como la única que podía hacer desaparecer a la malvada. Primero el paso 1: hacer gala de mi perfume y atuendo, que no se encontraban en Chile y de lo costosísimos que eran. Eso le daría una pica enorme y se tiraría contra mí en toda la velada. Paso 2: bailar cachondamente y hacer mi sexy movimiento para acaparar las miradas de los machos cabríos del lugar, pero no dejar que ninguno se me acercara. La táctica era para desconcertarla y hacerle saber que las divas somos pocas.Y el tres, paso último y fatal: hacerla creer que nos caía bien, disculparse, unirla al grupo y, a la hora de irse dejarla abandonada, sin darle nuestros números de teléfono, fax, correo, agentes ni nada, para que sintiera la soledad.

No quiero ser autorreferente, pero ser mala me costó, ya que acostumbro a la caridad de las pobres almas a las que Dior no les dio un buen gusto ni refinamiento. Pero tuve que inmolarme por la causa y sacar la Cruela de Vil que llevo dentro. Por eso solo tendré que usar Casta y Devota por unos días, porque si sigo con mis Bad Religion, me haré extremadamente mefistofélica. Así que protégeme Ives Saint Laurent, que pecado hay demasiado.

Tejido punto de almuerzo

De verdad no puedo creer las cosas que suceden en los almuerzos, o mejor dicho después de ellos. Con una amiga nos juntamos a quebrar la dieta y comer pastas hasta reventar, con la consabida bebida baja en calorías, porque una igual se tiene que cuidar el peso y cualquier gramo que se ahorre es bueno. La cuestión es que después de atragantarnos con esas delicias caseras de la Trattoria, nos fuimos a su oficina a pensar en cuánto rato de gimansio deberíamos hacer para compensar la gula que nos invadió.

Entre palabra y palabra, al final mandamos lejos eso de los kilos de más y sacamos el macramé (que es lo más top en tejidos) estilo copuchas de última hora. A medida de que el íbamos charlando, el tejido iba agrandándose a tal punto de que los enredos más ocultos salieron a la luz.

Mi amiga estaba mordiendo su lengua para que no saliera ni una palabrita, pero una no es tonta y sabe que un secreto y entre medio de dos mujeres tejiendo dura menos que prendas exclusivas con 90% de descuento.

Y justo esa cosa tan oculta se trataba de una de mis mayores enemigas. Una perra cualquiera, falta de finura y glamour, porque no es lo mismo ser perra que bitch. Una bitch tiene clase y destreza social, mientras que una perra es una cualquiera venida a más; y la s bitch no venimos a más, ya que somos más y no nos preocupa "tanto" el resto.

La cosa es que el secreto era tan grande que no podía dejar de pensar. Y no porque no lo supiera con antelación, sino que el otro involucrado fue el que me sorprendió. "Por Dior and Yves Saint Laurent", dije. Esta sí que se ganó el cetro de perra, y en mi mente maquiavélica el lado oscuro (ese de que te gusta Agatha Ruiz de la Prada y los Gucci) me decía sé mala, sé mala; pero como soy una dama de alcurnia y sociedad, acepté la recomendación de mi lado sobrio y cuerdo (ese con olor a Burberry y Chanel). "No haré nada, porque aunque se lo merezca, (aquí recordé a Patty Cofré) que agradezca que soy una dama.
Así que la próxima vez que la vea, no será Cruela de Vil, sino que la trataré como a una amiga, total, ya no tiene nada que ocultarme y yo sí tengo cosas de que reírme. No contaré nada, ya que se merece un poco de respeto por esa jugada perruna. Y eso que falta poquiiito para verle su faz again. Wuajajajjaa.

Yo vengo de la provincia..

Creo que el ser una provinciana por un par de meses me ayudó para tener otros aires. Me explico: estuve casi cuatro meses fuera de lo cosmopolita, sin ver una tarjeta de crédito, con unas ganas eternas de tomar whisky importado (y no la pilsener que se vendía en los bares más top y por la que te cobraban como si fuera importada y hecha por negro esclavos), ver a mis amigas y con una desesperación por asistir a las liquidaciones que tanto me gustan de la capital . Regresé a mis raíces septentoriales, esas bien extremas, en donde me crié como Heidi, en escuelitas con número, usando jumper y preparándome para la PAA (la última, así que no me llamen vieja), yendo a la montaña varias veces al año y con una alergia al polvo que hasta ahora me da tiña. Ese lugar al que sólo me encanta ir porque los perfumes son baratísimos, ya que ni pensar en Burberry, Emporio Armani, ni Zara (por lo que no hay mucha variedad para las prendas).

La cuestión es que estuve varios meses desconectada de la realidad santiaguina, sólo viendo la mentira que dicen los canales de TV y tratando de seguir lo quedecía LUN, que es como la biblia chilena. Extrañaba tanto Santiago (a la ciudad, no al hombre, que es otro cuento), que quise hacer el norte un poco más a mi modo. Empecé por la vestimenta fashion, que nadie comprendía y miraban como si fuera de extraterrestre. Seguí con el coqueteo, que tengo a flor de piel, pero en el pueblito nortino como que no es bien visto que una sea un poquitín buena para el leseo, por lo que no me resultaba mucho eso de la conquista con la mirada y todos me preguntaban si tenía algún problema de la vista.
Tenía tanta frustración porque nada me resultaba, que intenté la terapia de compras, que la verdad no funcionó para nada, pues en cinco minutos veías lo que podría ser top y que ya estaba con tres temporadas de retraso, además de sólo encontrar chucherías que decían "recuerdo de", como si quisiera recordar que me rechazaban y que era un alien en el lugar; que de tan solo rememoralro me pongo triste y desdichada.

Así que, después de una preparación mental que me decía que tenía que aguantar, que era parte de mi pasado; sumado a una terapia de anticonsumismo obligada y a la anorexia sexual (también obligada) que me atacó; decidí que vivir como una niña de provincia no era lo mío y tomé el primer vuelo a la capital, de esos directos, porque no iba a estar más de dos horas con la plebe compartiendo el mismo aire. Claro que antes tuve una parada obligada en el Dutty Free, ya que ni loca me pierdo las ofertas que de verdad no lo son, pero que sirvieron para mi terapia de consumo antes frustrada.
Llegué justo para el fin de semana largo, en el día del trabajador, en donde había muy poca gente que ayudara a una damisela como yo, porque con esto de los feriados obligatorios, la servidumbre no trabaja. Ya en Santiago, todas las miradas estaban sobre mí. Pensé que me veía malísimo, ya que mi aspecto no era tan grácil como antaño, no estaba maquillada ni arreglada, incluso tengo unos kilitos de más. Pero varios guapetones me miraran de reojo, se acercaban como jaguares a la presa, me comían con la mirada y querían sobrepasarse, además de pedrime el fono.

"Por Dior", pensé en ese momento, y eso que nadie me miraba en el pueblito y acá en la gran ciudad mato al mil por ciento. Si hasta yo misma me asombro de que me haya hecho tan bien estar alejada del mundo.
Muchos de los que me recorrieron con la mirada, alabaron mi tostado, mi cuerpo más robusto y con un trasero que pone envidiosa hasta a la Jennifer López y con un pelo más lacio y largo de lo que lo tenía, además de un tomo más claro, producto del agua del norte. "Llegué como huasita, pero sin ser huasita", me dije; así que a puro sacar provecho de este new look sin trabajo. Cómo saber si encuentro mi huaso, bien patón y con una billetera y entrepierna abulatdas que me haga feliz por un tiempo. Sí, por un tiempo nomás, porque una cosa es llegar con aire provinciano y tener cara de monogamia y matrimonio for ever, y otra cosa es estar feliz porque ya existe el divorcio y la paga de manutención por separarse.