O.M.G.

Alguna vez pensé en ser monja, de esas que usan hábito y que veía siempre en el colegio particular al que iba, donde te enseñaban a ser una señorita que supiera defenderse, pero también una dama.

En ese tiempo, soñaba con tener esas aventuras como las que ostentaba Whooppi Goldberg, cantando en el coro para arreglar el convento y después tener un show en Las Vegas con todo el público aplaudiendo y elogiando la performance realizada, con coqueteos inusuales, que una rechazaría, por estar casada con Dios (al que con el tiempo cambié por Dior, para no blasfemar).

La verdad es que eso de ser una novicia rebelde se me aparecía cada cuanto por la mente, en especial tras estar perseguida por esas malvadas y envidiosas mujeres, que lo único que querían era acabar con mi belleza y que sus maridos dejaran de darme regalos, invitarme a cenar y que sé yo lo que se les ocurría a las desgreñadas, sin sentido del fashion o el amor propio para revitalizar esa cantidad de regalos que te deben de dar los hombrones, sólo por un rato de compañía casi infantil.

Hace poco tuve la última visión para ser una Sor. En un sueño sentí que me llamaban a la vida religiosa, ya que a ésta le faltaba mucho de las nuevas tendencias, que se había quedado en el pasado en lo que son las vestimentas, la depilación, los toques en el cuidado de los arreglos de la iglesia, entre un sinfín de otros menesteres que una con la sofisticación que tiene los sabe al dedillo, sumado a la crianza religiosa por parte de la familia, los amigos y el colegio pago.

Aquel momento fue mágico y, como no sueño muy seguido (y cuando lo hago, mis sueños se deben hacer realidad, cueste lo que cueste y que tenga que pagar el hombre de turno), comencé mi búsqueda por algún convento que pudiera recibir toda la deidad que yo expelo, sin aplacar al Señor en la Cruz, ni a la Santísima Trinidad o la Virgin Mary, lo que fue muy difícil.

Primero me di cuenta que casi todas las órdenes religiosas son como sectarias y una debe ser casi tan casta, como la madre de Dior y debe tener la piel tersa y no usar tacones, sino zapatos planos, chatos, sin nada de estilo o confort, lo que me hizo retroceder en ese intento de querer ser la mejor monja de las Canonesas.

Segundo: Quise entrar en el hippismo y me dije "tienes que estar en contacto con la naturaleza, algo más cercano a lo humano y lo divino". Por eso hablé con las Carmelitas descalzas, quienes dijeron que mi visión era bien particular y que si sentía el llamado, no había por qué no hacerle caso. El problema era que ellas estaban encerradas y eran más contemplativas, es decir, si quería hacer arreglos al hábito no era problema, pero nadie lo vería. Y para qué estar fashion y bonita si nadie puede apreciarte por aquello.

El tercer intento fue en las hermanitas de la caridad, donde me conocían de tanto trabajo comunitario realizado, puesto que siempre me vi con ese velo de santa de Yves Saint Laurent y, a veces hasta jugaba con mi pañuelo Hermès a tener esa imagen de beatificada, por lo que me indicaron que creían que podía estar allí, pero el voto de pobreza que ostentaban era casi como el de los franciscanos, por lo que nada de lujos eran permitidos. Ni si quiera si era una biblia o un libro santo. Todo debía mantenerse en la línea del minimalismo, lo que yo creo está un poco en retirada.

La cuarta opción de carrera clerical para mí fueron las Paulinas o Paulistas, que se encargan de todo lo que es el marketing en la iglesia. Es decir, tienen que ver con lo que son las actividades, la prensa, organización de eventos, manejo de fuentes y una lista larga de cosas que yo hago a la perfección en mi trabajo y que han sido destacadas en mi vida social y laboral. Cuando llamé, quedaron encantadas con mi voz, la superiora me dijo "está perfecta para la radio María o de las otras, así la pueden escuchar en todo el mundo con ese lindo tono para los rezos". Yo me sonrojé al teléfono y pregunté si era difícil estar en el convento, ya que si bien había sentido el llamado, de a poco debía despegarme de mis terrenos, de los lujos, de los zapatos Jimmy Choo, de las carteras de diversas marcas, los perfumes diversos y las salidas de miércoles a domingo.

"No se preocupe, acá usted podrá estar bien con nosotras, pero una consulta, cuál es su edad, ya que priorizamos a chicas jóvenes para el ingreso". Yo con eso quedé muerta. Le dije que estaba en una etapa donde la edad no importaba, que ya no estaba dentro de las encuestas como "joven", pero que me decían que tenía 21 años, por mi piel de porcelana, el brillo en los ojos y mi cuidada línea corporal, pero que no me preocupaba si no estaba dentro del rango que ellas  (zorras malditas y con poco sentido de la moda) preferían.

Al final, no seguí buscando, porque de verdad hacen un casting entre muchas para entrar en estas congregaciones y órdenes que, por lo que me di cuenta, por eso están tan faltas de personas que quieran ayudar a la iglesia, O.M.G. A pesar de ser una llamada por quien me tiene reservado el espacio en el cielo, se hace tan difícil entrar por la envidia de esas peludas y feas sin maquillaje, que no se pueden corromper a un poco de rubor, que decidí que mi labor era ir ante las más y los más necesitados de estilo, carentes de modales en una mesa o que no saben reconocer perfumes, aromas de comidas o sabores, para poder enseñarles lo que es ser una buena persona.

Claro, sin olvidar que para eso, las clases no son gratis, ya que una diva puede ser muy caritativa, pero la caridad comienza por casa y la mía es difícil de mantener.

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