Perdida, encontrada y enojada en Nueva York

Tengo que decir que me tomé un mes de vacaciones y, como me cancelaron el viaje a China, debido a no sé qué conflictos que hay en Asia, lo que podría repercutir en el goce que necesitaba como mujer para tomarme un relax y rejuvenecer tanto que me vería como una quinceañera, que cambié esos boletos a la cuna de lo milenario por todo lo opuesto y que también me fascina: La cultura de consumo de Nueva York.

Bueno, la decisión de trasladar mi viaje a la ciudad de Carrie Bradshaw no fue 100% mía. Una de mis amigas de la vida, que conocí cuando efectuaba uno de los tantos trabajos de voluntariado a los más necesitados -que suelo cumplir, para dar un poco de grandilocuencia y belleza a esos sitios llenos de mujeres con hijos y con un curioso sentido de la culpa- me dijo que la acompañara a esta travesía, ya que no conocía a nadie con el glamour ni el dinero suficiente para que se sumara a esta aventura de manera tan express.

Allí pensé "Nueva York, tierra de hombres famosos, moda, museos, hombres atractivos, machos en busca de encanto latino y ¡descuentos!"; por lo que acepté su oferta y me encomendé a Dior que todo saliera bien, pues mi amiga carecía del sentido del fashion con el que una nace. Aún así acepté, porque sino el mes de vacaciones se perdería en algún panorama dentro del territorio nacional y eso es para cuando una es adolescente y quiere descubrir su país o para los fines de semana largos.

Pasaron los días de nuestra conversación, hasta que nos encontramos en el aeropuerto para el viaje. Ella tenía reservas del hospedaje, sabía cómo debíamos llegar a los sitios de interés (museos, tiendas exclusivas, Central Park, Greys Papaya y los outlets de ropa, entre otros tantos lugares) y las ofertas para entrar a todo lo que era pagado, por lo que no me preocupé de esas nimiedades y me enfoqué en lo que soy mejor: resaltar en todo aspecto.

Al pisar el territorio de idioma anglo ocurrió lo más temible para mí. Y no hablo que se me rompiera una uña o que mi maleta de estampado pata de gallo plateada se perdiera, sino que me enteré que Manhattan no sería mi hogar en el tiempo que pasaría en Estados Unidos, sino que el alojamiento estaba en Brooklyn. Pasé de Carrie Bradshaw a ser Miranda Hobbes en cuestión de segundos y mi ego bajó un par de pisos al no estar en el Uper East Side, el Meatpacking District o al menos en el Soho.

Tomamos el taxi para el alojamiento y llegamos a un barrio que era como "the hood", así como un mini Bronx y jamás dimos con el lugar. La dirección que nos dieron coincidía con un sitio de apartamentos de bajo costo, en el que yo no pernoctaría ni por hacer ayuda social. En esa situación realicé una de mis maniobras y solicité ayuda a los locales, mientras que mi amiga se quedó como damisela en peligro a la espera que un príncipe viniera en caballo y la rescatara. Claro que después de eso reaccionó como una loca y se puso a caminar con la maleta por un barrio que no conocía, donde hablaban un idioma que apenas era entendible, si has visto todos los realities de MTV con las Furondas, Le Shaunas y un etcétera de nombres raros.

Estuve a punto de dejarla tirada a su suerte y tomar un taxi hacia NY, NY; que era donde yo debía estar. Me contuve, respiré y pensé que como yo era la inteligente de ese dúo, no podía dejar que esas cosas pasaran y la seguí, calmé y dije que comiéramos algo. Mientras lo hacíamos, me di cuenta que existía una biblioteca pública y eso era igual a señal de Internet para mi computador, con lo que podíamos buscar un alojamiento cercano, ya que la tacaña de mi acompañante no quería pagar un lujoso sitio.

Tras unos minutos de búsqueda, hallamos un sitio que no se veía mal ni bien y estaba cerca, al cual acudimos antes que cayera el sol y salieran esos monstruos que se ven en las películas que hablan de la capital del fashion. La casona era desordenada, los anfitriones simpáticos, guapos y carismáticos, lo que me convenció de pernoctar en el lugar mientras encontraba algo mejor. Lo que supe después es que la damisela en peligro pagó todos los días que nos quedaríamos, así que sólo me quedó traer mi estado Zen a las vacaciones.

Ya instalados, recorrimos todo lo que pudimos la gran manzana. Claro que con viajes de cerca de 40 minutos para poder estar en esa maravillosa isla, llena de cultura, Starbucks (uno cada cuadra), comprando de manera compulsiva toda la ropa que nadie más tendrá y viendo cómo se me veía tan perfecta, que hasta me dijeron que fuera rostro de alguna de esas tiendas (o de uno de los bares a los que fui, ya no lo recuerdo). Con tantas bolsas como el efectivo que llevaba me dejaba tener entre mis manos.

Esos recuerdos son tan preciados, como cuando me di de las de Menwatcher y saqué fotos de hombrones para mis amigas en los museos, la calle, el metro y en el Central Park. Aunque este último sitio igual me produce ciertas rememoranzas no muy atractivas. Además de la carne masculina, mucha de ella con poca ropa para tomar sol, se vienen a mí esas memorias de quejas de cansancio y de hambre de mi compañera. ¡Nunca entendí por qué no llevaba algo para comer, si sabía que le daría hambre a cierta hora! 

Yo, como cualquier mujer que se precie, no siente hambre hasta que ésta sea incontrolable, pues es la única forma de poder mantener la línea, como Emily en "Devil wears Prada", un cuadrito de queso antes de desfallecer es lo que una debe hacer.Y lo del cansancio. O sea, la única vez que sentí flaquear las piernas fue cuando estuve horas caminando con stilettos y lo único que esbocé fue alivio al subirme al metro y tener un asiento. 

En fin, en los días que estuve allá aproveché de salir de copas sola, para conocer a personas, pero me porté decente y de buenos sentimientos, como siempre. Solo coqueteé mucho, conseguí algunos números a los cuales no llamé y pude encontrar sitios en donde el alcohol era lo suficientemente bueno y en una cantidad razonable, como para gastar las grandes sumas que costaba y olvidar un poco los malos ratos que me hicieron pasar.

Como resumen, creo que el viaje a la gran manzana no fue tan malo, pero como en todas las series y cuentos clichés "algo hacía presagiar" que esto no andaría bien. Creo que debí hacer caso a todas las señales divinas que me enviaron. La primera fue cuando mi acompañante osó en decirme que debía saber inglés para viajar (idioma que es como una lengua nativa para mí), pues ella se preparó dos años con clases para expresarse de la mejor forma. Segundo: que me dijera que era caro y tenía que estar consciente que el gasto sería alto (como si una no saciara las necesidades básicas de zapatos, vestidos de avance de temporada, regalos varios, perfumes y cenas de al menos una vez a la semana).

La tercera señal creo que fue la peor. Cuando ella me manifestó que no sabía que debía sacar Visa para entrar a USA, cuando le pregunté como le fue con ese trámite. "¿Eso no se suprimió con el tema del nuevo pasaporte? ", me dice. Dior, Saint Laurent y hasta la beata Joan Rivers se vinieron a mi cabeza al saber eso, pero una siempre mantiene la compostura y, como buena chica criada con educación de primera calidad de colegio privado, respiré y le enseñé qué tramites debía realizar para tener la autorización de entrada, a la vez de hablar con los guardias, con mi perfecto inglés, ya que con su acento de Tarzán la quedaban viendo como un correo humano de sustancias ilícitas.

Espero que los próximos viajes con mis amigas sean más entretenidos, pero creo que las haré pasar por tests psicológicos y firmar cartas de compromiso que digan que no son escandalosas, lloronas o quejonas y otras cartas para que me dejen libre de toda culpa si las llego a asesinar, por no ajustarse a los comprmoisos firmados, obvio.