Qué fáciles que son

Para todas las Divas Pop Star, como yo, hay cosas que resultan tan simples -como combinar colores, vestirse top, distinguir un original de una imitación, saber qué perfumes usan, caminar con tacos, tener olfato para las liquidaciones, entre otras miles de maravillas que realizamos-, que de verdad no nos acordamos que la realizamos a diario.

Entre esas tantas cosas, está el coqueteo que siempre nos sale a flor de piel y que es una forma intrínseca para saber si aún tenemos ese sex appel medio lujurioso, además de recordarnos que somos guapas, exitosas, níveas y miles de millones de grandes atributos que debemos recordarnos, porque aunque seamos casi deidades, somos muy inseguras.

La cuestión es que, debido al tormentoso mundo del paso de los años, la duda se acrecienta en una y, como hay que recuperar el talante, arma una campaña para la tramitación de piropos, invitaciones a almorzar, una buena noche de farra y una entrepierna dispuesta a que de un buen rato (las Divas también necesitamos nuestros desahogos). Pero de verdad, en estos tiempos no ha habido mucho por lo cual vanagloriarse.

Eso me harta. Los hombres en el último tiempo han pasado de ser presas un poco escurridizas a entregarse en un santiamén a todos los deseos que una tenga. Incluso los casados y comprometidos (las otrora presas más difíciles) han terminado por domesticarse ante cualquiera que no los merezca ni trabaje una pizca para llevarlos a gastar dinero. Así, los machos cabríos han terminado siendo unos perro falderos, que por Dior, no merecen nada.

Lo que más me ataca es que una antes se vestía de la mejor forma, espolvoreaba un poco de rubor en las mejillas, trataba de alargar las pestañas al máximo, que los ojos se le viesen lo más perfecto del mundo, la cintura de abispa, la piel de porcelana y el escote gustoso, pero no vulgar. Trataba de ser una señorita/puta/deseable/casera. Y con el tiempo se ha perdido la magia.

Con decirles que he salido sin maquillaje, con ropas deportivas, con zapatillas de dos temporadas atrás, con el pelo sólo en cola de caballo y esos hombrecillos me han invitado a todo, incluso los de talante ejecutivo. Lo que me deja sólo dos opciones: o soy extremadamente irresistible, con unas feromonas que se notan a kilómetros de distancia, o de verdad ya no hay ni una entereza en ver a quien conquistan y las mujeres estamos abstémicas y ellos sólo piensan en que CUALQUIERA que le quite el antojo que se oculta dentro de los Boxer Calvin Klein, detrás de sus pantalones Hugo Boss y les de un par de nalgadas en sus perfectos traseros esculpido en gimnasio.

Ives Sait Laurent, protégeme de tanta desconsideración en el mundo y trata de que todo sea normal, porque sino toda esa ropa regalada y comprada por años, las sesiones de depilación, los arreglos en el pelo, las máscaras nocturnas, el esmalte de uñas, los millones de maquillajes, como temporadas y diseñadores conozco y toda la vida bohemia (que es mi segundo nombre) se irán a las reverendas porque ellos se han convertido en seres más fáciles que las tablas del cero, que hacer una jalea instantánea o mandar a la nana a hacer el aseo.

Saint Troppez, Saint Laurent, Virgin Records, Dior y Casta y Devota (siempre algo nacional) ayúdenme a despertar de ese mal sueño y que los hombres sean más difíciles, para poder practicar a conciencia mi deporte favorito: sacar beneficio propio de la coquetería máxima que Diorcito me entregó como don, junto con la manipulación.