FemiNazi


Estoy atacada. Mucho más que cuando supe que Alexander MacQueen murió o me enterase que mi Dior despidió a  Galliano o cuando se acabó la era de las súper modelos. Mi femineidad fue atacada por, no un hombre o una mujer en despecho, sino que por una mujer que sabía poco de lo que es la moda, las cremas antiarrugas o hidratantes y carecía de maquillaje que le taparan esas imperfecciones que tenía (a diferencia de mí, que cuando ocupo estos artilugios son para resaltar más mis rasgos exóticos), que me trató de una cualquiera,  una suela, ligera de cuerpo, entre otros tantos epítetos que mi boca de diva jamás pronunciará.


La historia comenzó un día de esos en los que iba camino a uno de mis trabajos y, como siempre, los hombres comenzaron a voltear a mi paso, se quedaban obnubilados con mi presencia y las féminas me veían como a una competencia de cuidar y agarraban fuerte del brazo a sus especímenes, a la par de darme unas miradas de odio y devoción.

Mientras pasaba eso, yo ondeaba mi pelo con el aire, de un lado a otro, para prepararme a contestar el celular de última generación de tamaño pequeño que llevo en mi bolso de diseñador, cuando escuché unos gritos, parecidos a desahogos de alguna protesta de esas pobres que no se hace por las redes sociales y a las que no asisten personalidades del Jet Set, ni como las de PETA, sino que se me acercó una mujer que vestía en extremo mal, que parecía una calle ancha y recta, porque no había un atisbo de las curvas peligrosas que una tiene, y me entregó un panfleto para que defendiera los derechos de la mujer y que debía dejar de "vestirme para los hombres acosadores del mundo".

Yo la miré lo mejor que pude y fingí una sonrisa, para no intercambiar palabras con ese patito feo, ávido de convertirse en cisne del cual no podía hacerme cargo, puesto que el voluntariado ya copaba mi lista de ayuda a los más necesitados, ese horario que una tiene entre el gimnasio y las cenas con las citas de turno.

Lo malo es que esta activista se quedó de punto fijo camino al trabajo y siempre que me veía volvía con el discurso de la ropa, de los derechos, que las mujeres éramos mejores, que podíamos hacer lo mismo, que todo estaba masculinizado y todo ese discurso que repiten las pares con menos sentido de la moda, combinación de colores y que no distinguen las texturas ni la composición de las telas. Y me repetía que debía asistir a una reunión de su grupo en contra de los machos opresores, incluso me dio su correo y yo, no sé por qué, le entregué mi tarjeta (esa dorada con letras en rubí con mi nombre, que combina con mi labial MAC).

Allí me escribe esta mujer, donde me dice "creo que tienes que estar en una reunión con nosotras. Eres un caso extremo donde el poder del hombre surtió los efectos del patriarcado y eres un pedazo de carne más, con el deseo que te mantengan y puedes ser libre de ese pelo, el maquillaje, sentirte cómoda y pelear por la igualdad de condiciones, con legislación que nos deje a la par de los hombres. Tienes esos ojos de lucha y nos gustaría que te nos integraras".

Me impresionó ese discurso y accedí a ir a una de esas reuniones, ya que me canceló la manicurista y debía hacer hora para una cita.

La tertulia parecía una secta religiosa, más que una junta, con mujeres como una, pero con kilos de más, muchas rapadas o con pixie looks, vestidas con pantalones Capri, sudaderas y otros tantos implementos que hacían a mi razón decir "sal de allí o morirás". Aguanté con valentía. Debía escuchar a mis iguales en sexo y desiguales en sentido del fashion  pegadas en el grunge, que no tenían ni té ni galletitas para acompañar la conversa.

Escuche estoica cada una de las intervenciones, hasta que me pusieron como el ejemplo de la subyugada por el paternalismo y la sociedad dominada por el cromosoma Y. Así, pedí la palabra para decirles a todas las presentes que yo había estudiado en la sociedad actual, donde pude ir a la universidad y colegios privados, que mi vestimenta caía en lo que yo quería ponerme y que no se ligaba para nada a lo que ellas creían que era una acción por los hombres.

"Yo soy una feminista de tomo y lomo -dije-. Si soy así y dejo que me paguen la cuenta es algo que realizo sólo para dar a conocer mi dominio frente a ellos, que ninguno me manda y yo los mando a todos y sólo les hago creer que pueden tener cierto poder sobre mí, para sacar una ventaja". 

Claro a una le gusta ser la damisela en peligro en algunas ocasiones y que ellos nos rescaten para llenarnos de elogios, regalos y un variopinto de cosas que son de primera necesidad, como las carteras, zapatos, tiaras, joyas, entre muchas cosas que no pueden faltar en el clóset de una mujer.

Tras eso, los abucheos, palabras soeces y muchas otras oraciones que no están en mi léxico fueron las dichas por la concurrencia, que osaron a decirme que yo no era feminista, que era una tonta más agarrada del sistema y que ellas luchaban para que personas como yo pudieran andar tranquilas por la calle, sin que les dijeran algo o que las violaran despiadadamente.

Sonreí, me fui con un adiós frío y les comenté que ahora lo que se debía hacer era el trabajo conjunto. Claro. Ellas no me dirán qué cosas debo o no hacer, si ese tiempo pasó y una es libre para hacer lo que desea y, también expresé que si una volvía a reprimir mi pensamiento, mejor lo pensara, porque llamaría a la policía y las acusaría de acoso, amedrentación, publicidad engañosa y atentado contra la moda, que hasta a la Fashion Police (con la beata Joan Rivers mirando desde el cielo) se iría en su contra, por tratar de quitarme este pedacito de paraíso en la tierra que forjé con la ayuda del gym, los tacones Jimmy Choo y un genial corsé para volver más curvilíneo mi cuerpo, tan lejos de las rotondas que ellas ostentaban.

O.M.G.

Alguna vez pensé en ser monja, de esas que usan hábito y que veía siempre en el colegio particular al que iba, donde te enseñaban a ser una señorita que supiera defenderse, pero también una dama.

En ese tiempo, soñaba con tener esas aventuras como las que ostentaba Whooppi Goldberg, cantando en el coro para arreglar el convento y después tener un show en Las Vegas con todo el público aplaudiendo y elogiando la performance realizada, con coqueteos inusuales, que una rechazaría, por estar casada con Dios (al que con el tiempo cambié por Dior, para no blasfemar).

La verdad es que eso de ser una novicia rebelde se me aparecía cada cuanto por la mente, en especial tras estar perseguida por esas malvadas y envidiosas mujeres, que lo único que querían era acabar con mi belleza y que sus maridos dejaran de darme regalos, invitarme a cenar y que sé yo lo que se les ocurría a las desgreñadas, sin sentido del fashion o el amor propio para revitalizar esa cantidad de regalos que te deben de dar los hombrones, sólo por un rato de compañía casi infantil.

Hace poco tuve la última visión para ser una Sor. En un sueño sentí que me llamaban a la vida religiosa, ya que a ésta le faltaba mucho de las nuevas tendencias, que se había quedado en el pasado en lo que son las vestimentas, la depilación, los toques en el cuidado de los arreglos de la iglesia, entre un sinfín de otros menesteres que una con la sofisticación que tiene los sabe al dedillo, sumado a la crianza religiosa por parte de la familia, los amigos y el colegio pago.

Aquel momento fue mágico y, como no sueño muy seguido (y cuando lo hago, mis sueños se deben hacer realidad, cueste lo que cueste y que tenga que pagar el hombre de turno), comencé mi búsqueda por algún convento que pudiera recibir toda la deidad que yo expelo, sin aplacar al Señor en la Cruz, ni a la Santísima Trinidad o la Virgin Mary, lo que fue muy difícil.

Primero me di cuenta que casi todas las órdenes religiosas son como sectarias y una debe ser casi tan casta, como la madre de Dior y debe tener la piel tersa y no usar tacones, sino zapatos planos, chatos, sin nada de estilo o confort, lo que me hizo retroceder en ese intento de querer ser la mejor monja de las Canonesas.

Segundo: Quise entrar en el hippismo y me dije "tienes que estar en contacto con la naturaleza, algo más cercano a lo humano y lo divino". Por eso hablé con las Carmelitas descalzas, quienes dijeron que mi visión era bien particular y que si sentía el llamado, no había por qué no hacerle caso. El problema era que ellas estaban encerradas y eran más contemplativas, es decir, si quería hacer arreglos al hábito no era problema, pero nadie lo vería. Y para qué estar fashion y bonita si nadie puede apreciarte por aquello.

El tercer intento fue en las hermanitas de la caridad, donde me conocían de tanto trabajo comunitario realizado, puesto que siempre me vi con ese velo de santa de Yves Saint Laurent y, a veces hasta jugaba con mi pañuelo Hermès a tener esa imagen de beatificada, por lo que me indicaron que creían que podía estar allí, pero el voto de pobreza que ostentaban era casi como el de los franciscanos, por lo que nada de lujos eran permitidos. Ni si quiera si era una biblia o un libro santo. Todo debía mantenerse en la línea del minimalismo, lo que yo creo está un poco en retirada.

La cuarta opción de carrera clerical para mí fueron las Paulinas o Paulistas, que se encargan de todo lo que es el marketing en la iglesia. Es decir, tienen que ver con lo que son las actividades, la prensa, organización de eventos, manejo de fuentes y una lista larga de cosas que yo hago a la perfección en mi trabajo y que han sido destacadas en mi vida social y laboral. Cuando llamé, quedaron encantadas con mi voz, la superiora me dijo "está perfecta para la radio María o de las otras, así la pueden escuchar en todo el mundo con ese lindo tono para los rezos". Yo me sonrojé al teléfono y pregunté si era difícil estar en el convento, ya que si bien había sentido el llamado, de a poco debía despegarme de mis terrenos, de los lujos, de los zapatos Jimmy Choo, de las carteras de diversas marcas, los perfumes diversos y las salidas de miércoles a domingo.

"No se preocupe, acá usted podrá estar bien con nosotras, pero una consulta, cuál es su edad, ya que priorizamos a chicas jóvenes para el ingreso". Yo con eso quedé muerta. Le dije que estaba en una etapa donde la edad no importaba, que ya no estaba dentro de las encuestas como "joven", pero que me decían que tenía 21 años, por mi piel de porcelana, el brillo en los ojos y mi cuidada línea corporal, pero que no me preocupaba si no estaba dentro del rango que ellas  (zorras malditas y con poco sentido de la moda) preferían.

Al final, no seguí buscando, porque de verdad hacen un casting entre muchas para entrar en estas congregaciones y órdenes que, por lo que me di cuenta, por eso están tan faltas de personas que quieran ayudar a la iglesia, O.M.G. A pesar de ser una llamada por quien me tiene reservado el espacio en el cielo, se hace tan difícil entrar por la envidia de esas peludas y feas sin maquillaje, que no se pueden corromper a un poco de rubor, que decidí que mi labor era ir ante las más y los más necesitados de estilo, carentes de modales en una mesa o que no saben reconocer perfumes, aromas de comidas o sabores, para poder enseñarles lo que es ser una buena persona.

Claro, sin olvidar que para eso, las clases no son gratis, ya que una diva puede ser muy caritativa, pero la caridad comienza por casa y la mía es difícil de mantener.