Happily ever...


Tengo en razón que vivo en una especie de historia, de esas que Corín Tellado escribió por millones y que engalanan las revistas rosas y los pensamientos locos de las mujeres en los años setenta y ochenta. ¡Ayyy! Ese mismo sentimiento me embarga, al pensar en él. Ese que desapareció, sin vuelta, como los pantalones pasados de moda de mi clóset o el abrigo con 90% de descuento de una vitrina.

Lo tenía para mí, frente a frente -al igual que el precioso abrigo en liquidación-, pero algo me obnubiló y no dejó que agarrara esa maravillosa prenda (y hombre) para mi merecida felicidad, aunque fuera momentánea. Y eso me tiene retocando el maquillaje cada 20 minutos, con unas ganas tremendas de gritar, pero una diva no puede hacer eso, debe ser cuidada, por lo que paso mis penas en el salón de belleza, cambiando mi look, tratando de parecer otra que reconquiste y vuelva a ser una de esas femme fatale, con la actitud de mujer maravilla (cuando estaba de mujer maravilla, ya que el look de secretaria desaliñada no me viene y, por Dior, jamás lo tendría), el cuerpo de Afrodita y la personalidad lujuriosa de Madonna.

Pero lo que me da más melancolía no es pensar que él ya no está, ni que ni siquiera me llame, si no que la sensación de poder hacer algo y que el orgullo me lo impida. Me explico, en uno de esos ataques de Reportera del crimen que me dan, averigué su teléfono -antes no me quedaba registro, porque el número de él es privado- y de pasadita, de curiosa no más, la clave del correo electrónico. El fono no me sirve de mucho, ya que, aun teniendo unas ganas incontrolables de llamarle, tengo conciencia de que una no puede rebajarse a ese nivel. Yo gasto mis minutos con mis amigas, no con hombres, ya que ellos se deben desgastar y desvivir por mí; no viceversa. Sobre el correo, ninguno hablaba de mí, sólo se dirigían a cosas laborales, fusiones de empresas, envíos, la bolsa; nada de gran importancia, ya que no estaba involucrada yo en ninguna conversación (a menos que la clave de mi nombre haya sido IPSA, palabra presente en todos ellos).

Sí, me afecta no ser el centro de atención, me duele no tener más recuerdos de Él más que los besos con ligero sabor a whisky Jack Daniells y, lo que me da más lata, pensar que soy yo la que complota contra esto. No suena razonable, pero a todas nos dan ataques de insanidad mental, que no nos deja combinar bien la ropa o nos hace ponernos prendas "cómodas" pero out de todo sentido estético.

Pero llego a estar serena, puesto que sé que otro hombre vendrá y me rescatará. Así como en Breakfast at Tiffanny's Audrey Hepburn se queda bajo la lluvia, besando a su hombre de turno, en vez de ser la otra en Brasil, o cuando una estudiante de educación parvularia se casa con un estudiate de ingeniería con proyección a futuro (porque esos son proyectos para la manutención de los gastos de una). Debo ser calma. El tiempo ya me quitará la locura y la paranoia y seré de nuevo la Louise Laine que vuelve loco a Superman, es cosa de tiempo, porque hasta el momento estoy -con todos los que he tenido relación- en el "y vivieron felices..." (cosa que te llama a pasado y, sí, ya fue-, pero debo alcanzar la temida y esperada segunda parte "...por siempre".