El trabajo infame

Hace 10 años firmé un contrato de confidencialidad casi extremo, que me impedía de hablar o decir muchas cosas de lo que sucedían en uno de los tantos trabajos que tuve cuando era una estudiante de Licenciatura en Comunicación Social, tanto así que me impedía ponerlo en el currículum o dar atisbos de lo que consistían mis labores, incluso a mis más cercanos. Lo bueno es que a pesar de tener que guardar silencio, como cunado una amiga te cuenta uno de esos secretos que se llevan a la tumba, el trabajo era bien remunerado, con un horario diferido y tranquilo.

A pesar de lo anterior, no me siento orgullosa de este empleo, puesto que creo que fue la primera vez que no pude ser una femme fatale, siendo que estaba en la flor para la conquista, a la vez de estar a la sombra de alguien sin poder omitir opiniones de nada, ni siquiera cuando la combinación de los últimos modelos de Gucci, Armani, MaxMara BCGB, entre tantas otras ropas de diseñador no eran bien combinadas, lo que me hacía morir por dentro.

Mi jefa era una de las mujeres más poderosas del país en ese momento-y no hablo de ninguna vinculada con la política, el mundo del fashion o de la socialitè-, sino que alguien que manejaba al dedillo muchos de los secretos más oscuros de los hombres de negocios del país y otros más internacionales, y que manejaba información tan importante como Anna Chapman, Christine Keeler o Violette Szabo, la que podría desatar una guerra de faldas, mediática y varias más en las que estaría involucrada yo, de abrir mi boca de labios de rubí.

Y no era porque mi mandamás fuera una espía como Angelina Jolie en Mr. and Mrs. Smith (aunque sí tenía ese cuerpazo), sino que ella era LA dama de compañía más cara del momento. Tanto así que donaba parte de sus horas de trabajo a obras benéficas y constantemente era entrevistada por los medios de prensa, por lo que yo debía llevar sus tres agendas muy agitadas y, a veces, suplir su rol de jefa de hogar, el que nunca combinó conmigo (igual como el pelo teñido rubio no combina con las asiáticas).

El trabajo que pedía más reservas que diseñador que muestra un avance de temporada a una revista de modas, lo obtuve por un aviso del diario que decía "Necesito persona de confianza, de preferencia con estudios superiores, para encargada de agenda, eventos y asesorías varias. Se ofrece buen sueldo y grato ambiente laboral. Labores en terreno" y con el número de celular al cual llamar.

Yo, como estudiante falta de dinero para los lujos de carteras de diseño y zapatos sobre el presupuesto universitario, llamé y era la misma empleadora que contestó. La cita fue ese mismo día, una hora más tarde, en un café del barrio alto y bien oculto, con la instrucción "vístete discreta, no queremos llamar la atención". Tomé un traje de dos piezas que utilicé para una fiesta de disfraces, me coloqué tacones, un sombrero y lentes oscuros para ir al encuentro. Mi futura jefa llegó con jeans una blusa semitransparente y un hermoso bolso en tono rosa de invierno y hablamos de cómo era y cuáles eran las labores.

Quedé sorprendida con el sueldo, luego con el horario (que a veces era de madrugada, porque el trabajo lo ameritaba) y con todas las cosas que no se debían mencionar. "Si aceptas, porque me diste confianza y esto es un trabajo basado en eso, debes firmar la confidencialidad. Serás una sombra. No te tienen que ver la cara, ni interactuar con los clientes, que a veces se quieren pasar de listos. Eres linda y pueden aprovecharse, por eso son tantas reglas", me dijo; mientras sentía como Ariel cuando se presentó donde Úrsula y la bruja le decía "no hablarás ni cantarás. Ziiippp".

No supe que responder en ese momento. Creo que mencione un "lo pienso y te llamo", pero ella me contactó en la hora siguiente, expresando que me necesitaba urgente por unas horas, ya que tenía un evento y no podía dejar a su hija sola y que ese rato me lo pagaría en efectivo.

Después de ese día, donde pude leer su agenda -desordenada a más no poder, porque no había espacios diferentes para citas, reuniones, entrevistas y "otros"- y tener que atender su celular último modelo (en ese tiempo un Blackberry), ya que nunca lo llevaba cuando tienen eventos importantes, sino que salía con otro teléfono personal, me di cuenta que yo era la solución para que ordenara su vida y ella era mi solución para la compra masiva de ropa en liquidación, accesorios y bisutería.

Así, firmé el bendito contrato, que más parecía pacto con el diablo, por todas las cláusulas que tenía, que regulaba mi forma de vestir, vocabulario, como contestar, organizar todo lo que no debía divulgar, lo que debía cotillear, mentir para subir los bonos de mi jefa, ayudar a la hija en las tareas, como entrar a la casa, como salir, no mantener contacto sexual con los clientes o potenciales clientes de mi superior (es decir, abstinencia sexual obligada y sin poder ir de cacería), no mirarlos directamente a los ojos, practicar idiomas (el trabajo era internacional), entre muchas más cosas. 

La verdad, en el marco legal ella se manejaba muy bien tras un problema de su juventud que le pesaba y la tenía sin poder viajar al extranjero a comprar cosas, por lo que en un par de ocasiones fui la enviada especial por cremas, ropas y carteras a los países vecinos. Mi felicidad y agotamiento eran parejos, no lo negaré. La relación era muy cordial, a pesar de algunos roces por querer quebrar la agenda y algunas llamadas en la madrugada, porque no encontraba sus llaves, mas no duré mucho en ese paraíso monetario.

Big boss se cansó de tanto evento lujosos y lujurioso y ya tenía tanto dinero como para jubilarse sin problemas, sumado a las propiedades que compró, las que le regalaron y los presentes que mes a mes recibía de clientes ricos, enamorados y, obviamente, casados; por lo que pensó en manejar a otras chicas, para que cumplieran el sueño que ella una vez tuvo y que le dio mucho lucro.

La jefa me dijo que yo debía ayudarla con el "casting" de muchachas, que el 80% debía ser de cruzando la cordillera, "porque son más aperradas, más deshinibidas, más que las nacionales en todo sentido y allí me asusté, porque eso sí estaba penado por la legislación y no quería efectuar trata de blancas y, especialmente, porque la agenda de una era difícil de manejar, pero la agenda de 10, sería imposible si quería continuar en el cuadro de honor de mi casa de estudios.

Allí manifesté que estaba feliz del trabajo y la oportunidad y mentí descaradamente que comenzaba el periodo de exámenes y debía estudiar mucho para no reprobar, pero que cualquier cosa me dijera, en especial si necesitaba una babysitter linda y educada. "No te preocupes, te entiendo y debes dar prioridad a tus estudios" me respondió.

Junto a lo anterior, no olvidó decir que "debes recordar el contrato que firmaste, que no debes hablar de este trabajo, ni publicar ni nada en al menos un plazo de 10 años y que la confidencialidad de los clientes y nombres de personas jamás puede quebrarse, ya que hay demandas de por medio y se pierde nuestra confianza como empresa, bueno la mía, ya que mi cuerpo es una empresa". Y acá estamos 10 años después, yo sin saber nada de ex mi jefa, pero agradecida de todo el dinero y las propinas que me dio esa regenta que me ayudaron a ser la más fashionista de mi casa de estudios del barrio alto.

Hey! How you doing, Mr. Lobster?

Dos cosas que me gustan en demasía son los hombres y comer un buen plato de langostas y la combinación entre ambas es la mejor de todas (no un una mutación, tipo película "La mosca", sino en algo así como una cena de gala, obvio).

Por eso, vuelvo envidiar a mi amiga Wheela, a quien no sólo le basta ser una de las nerds más reconocidas del mundo y Latinoamérica en lo que respecta a programación y cosas del mundo virtual que los fanáticos de las computadoras, en especial a los tipo Bill Gates; sino que  ahora es una "men eater" de las más reconocidas, buscadas y tramitadas de la vida.

Debo reconocer que me costó mucho tiempo que reconociera su potencial y que ocupara todos sus encantos "geek" para cautivar al círculo que la veía como un androide asexuado, con características de mujer bonita, antes de pasar por el cambio de look, pero que gracias a que siguió mis consejos, se pudo dar un banquete que ya quisiera yo y que fue costeado desde los zapatos que utilizó, hasta los pasajes, cena, postre y café de sobremesa, por este caballero, al que llamaremos Mr. Lobster,

La historia se remonta hace varios meses, cuando Wheela conoció a este señor del mundo de las tecnologías en uno de los tantos encuentros a los que ella suele ir  a Europa. En ese momento, Mr. Lobster quedó prendado de su estampa latina, su fuego en la mirada y, claro, del conocimiento matemático y de programación que esta mujerzuela tenía.

Según el relato de la madama de las nuevas tecnologías a este Mr. Lobster lo escogió en Holanda, donde tuvo el primer encuentro cercano, pero no quiso ser una leona tras la presa y lo dejó ir tranquilamente, para ver cómo la curiosidad lo iba acercando de a poco a esta trampa mortal.

El segundo encuentro fue en Alemania, donde lo hizo hervir en deseo, pero aún sin probar el bocado. Vulgarmente Wheela fue una calienta sopas, pero de esas caras, que se demoran tres días en hacerse, no como las pobres que vienen instantáneas y listas para que se las sirvan y que satisfagan una necesidad corta, sino que la idea es la ansiedad por más bocados, no importando lo inalcanzable que sean.

Así, tras dejarlo en ebullición por largo rato, esperó a que estuviera en su punto y en México, aprovechando unas vacaciones pagadas, gracias a que es la trabajadora del milenio en su oficina, se puso en contacto con ese hombre/animal, el que voló miles de kilómetros sólo para verla en su gloria y majestad.

La cita se dio en uno de los restaurantes más caros del país cuate, que con sus precios parecía que estuvieras en Aruba. Allí, Mr. Lobster esperaba y esperaba paciente a que Wheela se dignara a llegar, lo que una diva siempre hace, para crear expectación entre los comensales y el señor en ebullición.

Mi amiga pidió todo lo que pudo y lo más caro, que no se comió, incluido un pariente de su "Mr.", ya que vio un perfecto ejemplar de Isla Juan Fernández a precio estratosférico que sería la guinda de la cita, con la cual decidiría si hincar sus dientes en ese espécimen escogido con tanto cuidado y cocinado a fuego lento o dejaría que el plato se lo comiera cualquier carroñera.

Ya le quedaba tan poca dignidad a Lobster, con sus ganas de convencer de cualquier manera a Wheela, que ella, tras hacerlo pagar la cuenta en totalidad, le dio un pequeño beso de adiós y le guiñó un ojo, lo que fue suficiente para que el hombrón explotara en su ardor y, nadie sabe como, le llenara de regalos la habitación del resort mexicano en la que ella alojó.

Estupefacta, Wheela no sabía que hacer y entre tanto éxtasis por los Louboutin, Jimmy Choo's, Max Mara, Omega y otras tantas bolsas con marcas, no se dio cuenta cuando comenzó a devorarse al crustáceo delicioso y bien cocinado, hasta dejarlo desgastado y reducido a su mínima expresión.

Claro que por más que quisiera llevarse los regalos, con la dignidad que la caracteriza, los miró una vez más, los olió y hasta los abrazó, pero no quería sentirse ni que la trataran como a Julia Roberts en "Pretty woman", sino que la vieran más como a su papel de "Erin Brokovich", por lo que dejó todo, incluso un pañuelo con su perfume, para que "Mr. Lobster" no olvidara nunca esa noche, que Dior sabe no se repetirá, porque Wheela no suele probar dos veces el mismo plato.