Yo, la peor de todas


Mala. Eso resume lo que he sido en este tiempo llena de Él y del Otro, pero aún cayendo en la gula lujuriosa -tan feminista y obsesiva como la de Lilith- que me ha obnubilado el ser níveo que llevo por dentro, llevándome por caminos oscuros y torcidos (pero para nada malos), esquivando ese camino amarillo, recorrido en mis Jimmi Choo’s color rubí.

Explico la situación, no me bastó con tener a dos hombres siguiendo mi rastro como perros falderos, a la espera de un poco de amor y comprensión, dando todo para tener un poco de mi afecto. Y es que ser una rubia debilidad sí les causó efectos en sus feromonas y no me han dejado tranquila. Pero la situación es la siguiente: un día de eso en que, por mi trabajo de reportera del crimen y de ayudas sociales y etcéteras; tuve que ir a una chacra; que no es la energía que uno tiene y proyecta a los demás y que se alcanza tras un estado de meditación y concentración, sino que es como una granja, pero sin animales, ubicada en un lugar mucho más rústico y desolado, donde se suelen plantar hortalizas.

Allí, en el predio llamado “chacra”, y envuelta en el calor desértico del lugar, me di cuenta que, además de la gente típica con sus trajes y sombreritos, estaba uno de esos machos sudados, con cara de fuerte, de esos poco acicalados, con manos que sí han trabajado la tierra y con una barba de hace días, desprolija, pero a la vez cautivante. Mis ojos se posaron en él y éste me miró fijamente, me dio una sonrisa entre de desprecio e invitación y me hizo una seña para que me acercara.

Cómo no iba preparada para tanta tierra, mis tacos chinos quedaron enterrados y llenos de barro que se iba secando y maltratando el cuero. Labrador (como le llamaremos desde ahora), me miró y dijo “debió traer algo más cómodo, esos zapatos de cuero se le harán añicos acá. Me recuerda a mi madre, la primera vez que me vino a visitar” y sonrío con alegría y una dentadura que ya la quisiera el presidente Obama.

Tras esta mínima conversación, le expliqué que debía hablar con el encargado del lugar, puesto debía quedarme en la noche, para esas típicas ceremonias de Carnaval, puesto que reporteaba para una revista turística. Allí su sonrisa se volvió una carcajada, me tomó la mano y se acercó mucho a mi cara y dijo –aún con gotas de sudor en su cara y cuerpo bronceados por el calor del desierto- “soy yo”.
Allí me volví casi una loca, sabiendo que me quedaba en su casa, que contaba con todas las comodidades del mundo, que su apellido era de alcurnia y que le encantaba labrar la tierra y que por eso estudió agronomía. Y una que pensaba siempre en los agrónomos como el típico hombre de jeans Wrangler o Levi’s (pero de los más caros), paseando con sus botas de cuero y sus camisas Dockers o La Martina entre las uvas de alguna viña familiar.

La cosa es que me mostró la que sería mi habitación, para que descansara y me acomodara para la noche, mientras él se iba a duchar. En ese momento aproveché la instancia y, como una de las Ángeles de Charlie (la rubia, obvio) le seguí sigilosamente a su cuarto, que estaba sólo a 200 metros del mío. Esperé a que sonara la ducha y entré, para pasar inadvertida. Pude ver la exquisita y rústica decoración en madera y adobe (que es un material de barro, no el dueño del Photoshop que algunas usan, porque no son tan regias como lo somos las Divas Pop Star) y varios cuadros de familia, deportes y competencias ganadas.

Me llamó la atención una foto de natación, donde salía todo mojado, después de obtener el segundo lugar en algo. Que haya sido un segundón no me importó mucho, sino que me fijé en lo que había escondido en ese speedo maravilloso, de color gris y que marcaba algo más que sus oblicuos y abdominales.

Ya no podía más y pensé en cómo hacerme la fina y recatada, para que él tuviera la deferencia de invitarme a conocer su intimidad. Una es de buena familia y tomar la iniciativa no está en el manual que me entregaron por familia y genética, por lo que ideé la forma de ser la coqueta y excepcional de la fiesta de la noche.

Investigué las costumbres por Internet (que sí llegaba al lugar y me sorprendió), traté de ponerme cómoda, pero sexy con las prendas de emergencia que llevaba, puesto que el vestido Chanel que estaba en la maleta no serviría para la fiesta que se tenía preparada, porque era de esas típicas de carnavales. La cuestión es que terminé con la polera de pijama, que era de esas tipo musculosas, tapadito de lana y unos jeans ajustadísimos, que levantaban todo lo que había que levantar, dejando una gran imaginación para todos.

En la noche sólo bailé como lo hacían las demás, me sacudí al ritmo de cumbias inexistentes en mi playlist, bebí moderadamente, pero de manera constante, compartí con la gente e incluso me despeiné para que viera que era salvaje y nada, ni siquiera me miró cuando alguien, jugando a la challa, me mojó y se vio la transparencia del brassier y los atributos que tengo se destacaron aún más.

Entre risa y risa, volví a cambiarme de ropa a mi aposento, pero ya eran pasadas las 3 de la madrugada y necesitaba de mi sueño reparador, por lo que decidí acostarme a dormir. Estaba en medio de la sesión de cremas, en el baño, cuando Labrador apareció y me vio la desnudez, preguntando si volvería. Allí, en esa escena de él medio borracho y yo desnuda completa, le dije en tono infantil (ese que nunca falla): “no lo creo y tú tampoco volverás, ¿verdad?” Allí asintió solamente y, tras mis palabritas de niña buena, entendió el mensaje y, desde ahora, ocupa un lugar más en la sala de trofeos. Y, si bien me ha llamado para que vuelva a verle, le dejé en claro que la próxima vez sería en la civilización en donde nos encontráramos… Así que esperemos a ver si este será el otro otro, o sólo un idilio campirano.