Mejor sola que con cualquiera

Varias amigas me preguntan por qué no tengo una pareja que sea "the one and only", en vez de seguir disfrutando de las salidas tarderas y de fin de semana con alguno de los hombres de turno (de los cuales unos han durado más que otros), que se ocupan de mí, como si yo fuese la más importante celebridad u obra hecha por el Universo, lo que a veces me lo creo, pero que al final todos sabemos que es parte de un juego, por mi jovialidad, compañía y simpleza, pero también por ser algo así como un animal en extinción.

La verdad es que a mí me gusta este tipo de vida sin tanta sorna y compromiso, ya que con esto no tengo por qué decir que me compraré todo lo que vea en la tienda de maquillaje (para regalar, obvio, ya que una apenas se pone un poco base, lápiz de labios, ojos delineador y máscara de pestañas y, a veces, BB Cream), los últimos Jimmy Choo's en liquidación o cualquier prenda que me llame, me guiñe el ojo y me enamore en los probadores.

Incluso, creo que en el Spa es el único lugar que digo "soy toda tuya" a la persona a cargo de realizar todo el tratamiento de belleza, para quedar aún más cerca del estado de deidad del que ya gozo,

Y esa falta de compromiso con las relaciones no tiene que ver con que sea una mujer exitosa, divina, aún en los veintisiempre, con cara de muñeca y cuerpo de infarto, sino que con otros tantos factores, como que soy una mujer muy, pero muy, pero muy meticulosa cuando hay que establecer una situación sentimental, que vaya más allá del pago de la cuenta al final de la cena o que me lancen un piropo y un regalo.

Sé que es raro que lo diga, pero el conformismo no está dentro de los deseos que pedí en mi cumpleaños ni en las promesas que hice para Año Nuevo. Si bien cada vez que me dan un obsequio, por pobre y sin ticket de cambio que sea, siempre esbozo una gran sonrisa y un gesto de apreciación, pero no significa que use la prenda o el regalo, sino que lo guardo y espero a que la caridad pase por la casa, para que haga feliz a alguien que no fue bendecido con el don del gusto.

Hace poco le conté a parte de mi círculo que he vuelto a ser virginal y casi se horrorizaron por ello, porque ese tipo de necesidades corpóreas deben ser satisfechas al igual que el ansia por comprar zapatos o los antojos de sushi de guayú o caviar beluga, que por Dior no se dejan pasar. Allí vuelvo a recordar a las femme fatales con las que me junto que no es por falta de especímenes, sino que ya no quiero ser la mujer del deseo, sino una especie de "wife trophy" para quien pueda llenar mi clóset con ropa, el garage de al menos tres autos (y un chofer), las tarjetas con crédito ilimitado y mi gran, pero gélido y calculador corazón de rubí y diamantes.