Las chicas mal

Debo confesar que nunca he sido una de esas chicas tan bien como la gente supone. Claro, tengo el porte, la actitud, la cara de modelo internacional y angelical, la piel maravillosa que me la envidian hasta las quinceañeras, pero mi pasado, en especial el universitario, guarda tantas de las historias tan extravagantes, como las colecciones de John Galliano o de Alexander McQueen (Q.E.P.D.).

Esa parte de mi vida la tenía borrada de mi historial de cosas bellas y audaces, pero una llamada por un fashion emergency reavivó toda esa nebulosa de algunos años atrás. Marcela Da Silva (sí, igual que Xica Da Silva) me llamó para combinarle unas prendas, puesto que tenía una cita con un muchacho nerd (de los que ahora están ultra de moda), con el fin de verse vestida para matar, pero de una forma casual y que no la acusaran de preparar el momento cuando arremetiera contra esa presa.

Cuando Marce me dijo "acuérdate que yo no soy  de esas niñitas rosa para una cita. Me gusta el rock, el fútbol y el negro, además de ir a bares, ¿dónde le voy a decir que vayamos?"; me entró el Flash back, cuando juntas nos vestíamos de negro, íbamos como diosas góticas, tipo Nina (de Van Helsing, obvio) por las calles, desviando miradas y con la actitud ruda, pero femenina, que nos caracteriza.

En esas fiestas en donde una bailaba apretado, usaba los cinturones Gucci como látigos y -pecado, pecado pecado- estaba de besos con uno y con otro, sólo por el poder que te daba ser la femme fatal de la noche.
Y, como era de esperarse, en ese tiempo tampoco me juntaba con las niñas más de su casa. Allí, como buena rebelde, también una estaba metida con niñas mal, viperinas, de esas con la sangre de abstenta, el gusto en diversos lados y la maldad como un hobby adquirido por la necesidad de verse enaltecidas, ya que no nacieron con esa estampa que tiene una, que hasta cuando se levanta se ve como modelo de revista.

Estaba en esta retrospección,cuando mi amiga Marce me vuelve a la realidad para decirle que se pusiera esa minifalda con estampado de flores y la polera negra, junto al pañuelo lila y unas chalas de señortita, y luego hablé con ella de esta situación de experiencias alternativas y extremas vividas por ambas.

"Una crece para bien. Esas eran niestras tonteras juveniles y aún seguimos siendo las chicas mal. No somos las Barbie rosas, esas que no saben hacer nada. Recuerda que no tenemos tapujos en tomarnos una botella de vodka o cientos Cosmopolitan en una previa, o hacernos las rudas bebiendo cervezas a la par de nuestros amigos. Ahora, lo malo es que también somos muy independientes y a veces, por lo menos a mí, me cuesta ser esa señorita de película a la que le hacen todo", me dijo.

Claro. Yo si bien aprendí a que me invitaran a cenar y todo, nunca he podido no trabajar, y por no ser la chica sumisa y que quieren dominar, es que me ven inalcanzable. Yo, como Marcela, siempre fui la que no aguanté nada, la que se cambiana de trabajo porque le aburría la gente mal vestida o con malos olores, la que pasaba llena de proyectos y terminaba uno para meterse en otro, sin nada tan a largo plazo (soy un alma que se renueva con las colecciones de cada diseñador) y hasta ahora me sigo juntando con chicas mal, claro que en su propia forma de maldad. Rebeldes todas, pero no malas personas.

Incluso, Mi otra yo es una "mala", ya que ella es mejor que yo. A ella es la que llaman, le ofrecen distintas oportunidades, etcétera. Y para todas esas mujeronas que siempre me circundan y con las que me desenvuelvo, les debo dar un mensaje, que no trata de los colores cobrizos y dorados para verano, ni de lo que deben usar para ir al litoral, sino que las chicas buenas son ustedes, no yo. Así que tengan cuidado si mi chica mal aflora nuevamente.

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