
El Clan Gahan

Conduciendo a Miss Marce

Alondra trepa por Chile

La vida es tan rara a veces, que nos juega muy malas pasadas. Muchas de esas veces una tiene la mala suerte de estar acompañando a la persona a la que le hace esa jugada. Y una como es regia, no puede demostrarse impaciente ante este hecho, por esa razón una mujer como yo toma aire y saca a relucir su destreza con los lugares más recónditos.
Eso es lo que me pasó a mí, cuando (no sé si por castigo, ya que un día no combiné bien la ropa) tuve que ir de chaperona de mi amiga Alondra -una niña bien, simpática a morir, regia, toda Diva Pop Star y maravillosa con sus zapatos de tacón Channel four sesons-, pero que no sabía que existía algo más allá de Avenida Grecia o más allá de Santos Dumont. Tanto es así que su doctor la mandó a buscar unos exámenes a la periferia con dos objetivos: 1.- que conociera un poco de la capital, que no fueran las tiendas de descuento y los lugares nice de la vida y 2.- porque debía enterarse de cómo vive la gente menos afortunada que ella.
Así, yo como gran amiga de Alondra y con un repertorio gigante de voluntariado en esas zonas de menos fortuna, fui su guía en esos recónditos parajes, llenos de DFL2, pastos sin cortar, sitios eriazos, hospitales (no clínicas), gente a al espera de ser atendida en grandes filas... Ufff, si de verdad fue una odisea, un viaje a otro mundo por ese carro llamado metro de la línea 4 (que tampoco Alondra conocía y llamaba la línea azul) y así, altivas y regias mirábamos desde la altura como pasaban y pasaban casitas, micros, caballitos y mucha gente con coche y guaguas.
Estuvimos tanto rato en la locomoción colectiva, que nos olvidamos que existía una ciudad de cemento real, ya que veíamos tanto campo, que nos daban ganas de ir a nuestras parcelitas de mil hectáreas, mientras yo explicaba a Alondra que eso era lo más característico de la periferia y que no se preocupara, que no íbamos a estar allí por siempre . En eso, llegamos a nuestro destino, un hospital con olor a formol y lleno de gente sin ropa de diseñador, sin gusto, sin combinar, sin nada de nada, aparte de peinados a lo "despierto de la almohada".
Ambas tuvimos un gran shock al ver a tanta gente desaliñada, por lo que optamos por estar lo menos posible en ese lúgubre lugar. Caminamos como las diosas que somos para encontrar dónde retirar los exámenes, hasta encontrar el edificio. Era aún más horrible que el hospital. Pintura fea de hace como 5 años, corroída por el smog, por el polvo y cuántas otras cosas, lleno de gente como la anterior, pero que estaban alrededor de la ventanilla de informaciones, sin pedir nada, como si estuvieran venerando a la señora horrible con permanente mal hecha y maquillaje descontinuado en los ochenta, en ese instante Alondra camina como en la pasarela, se arregla la estola y pasa delante de todo ese gentío y le pregunta "¿donde retiro esto?", a lo que le responden si es que ha ido al donde se retiran los exámenes.
Allí, Alondra se devuelve camina otra vez y saca petróleo con sus taco aguja, se dirige a la ventanilla y pide que le den lo suyo, sin arrugarse y sin prestar la más mínima atención de las miradas de todos los hombres y mujeres de nosotras (tanta deidad junta es peligrosa). Después de esta situación, nos fuimos otra vez en el metro, para repasar lo aprendido en esa visita a las localidades alejadas del downtown. Y me enorgullece decir que mi amiga Alondra jamás saldrá sola -ya que se puede perder-, nunca querrá comprarse una casa por allí y cambiará de médico, además de ponerle una demanda por daños y perjuicios, al acercarla a un mundo lleno de infecciones en el aire, porque -según creemos- la intención, más que conocer a la gente común, era que se enfermara de algo para poder sacarle más dinero.